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El coleccionista de maratones

por Luis Javier Gonzalez
26 de marzo de 2022
en Deportes
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Dedicar un kilómetro de la maratón a cada persona. Empezando por los más allegados, las diapositivas del viaje de novios. Los hijos, aquellas tardes felices en la autocaravana. Ese amigo con el que compartes madrugadas y chaparrones para entrenar. El compañero de trabajo. ¿Y el último kilómetro? “Me lo dediqué a mí mismo”. José Antonio Llorente Palomo, alias ‘Cholo’, un apelativo cariñoso de su madre, explica esta táctica para engañar a la mente, para que olvide el sufrimiento de correr 42.195 metros, un hábito que ha convertido en su vida. Este clásico del atletismo segoviano, de 60 años, ha corrido en Nueva York, Boston, Chicago, Londres y Berlín, las cinco grandes mundiales y recibió ayer el premio Miguelín de la Media Maratón de Segovia al corredor popular.

Han pasado dos años y medio desde que le nombraron para el premio hasta la entrega, con una cena abierta anoche en el Restaurante Casares. “Es una ilusión tremenda. Es el homenaje de tus colegas, de tus amigos. Gente que ha dedicado una hora de su día en una persona que ha sido, al menos, normal”. Esa normalidad como orgullo le define. “No soy un Javi Guerra ni un Perico. Soy Cholo, de Valverde. Como llevo tantos años dedicado a esto, alguien me dice: ¡Qué majo eres! Eso es para mí este premio”.

Cholo era fumador y ciclista. Correr fue un consejo de su médico, triatleta: para mejorar en ciclismo, corre. La mejora en el rendimiento de aquel hombre, que tenía 32 años, fue evidente. La transición de un deporte a otro la provocó su esposa: “O dejas de hacer esos entrenamientos tan largos o me separo”. Correr tenía otra ventaja: “Con menos tiempo le sacas más rendimiento a tu forma física”. Pasó de invertir unas 15 horas semanales a un nuevo comienzo, con simples intervalos de cinco minutos corriendo y cinco andando. Y dejó el tabaco.

Entonces llegó la adicción: “Empecé a oír hablar del maratón”. Él no sabía cómo prepararlo y escuchó un consejo: tienes que meter kilómetros. Vecino de Valverde del Majano, repetía un circuito desde el pueblo a Segovia. En una de esas tandas, saludó a su padre, que estaba sentado en un banco con sus amigos, y no encontró respuesta. Después, en casa, su progenitor le dio una explicación. “Es que me daba vergüenza que mis amigos vieran que tú corres”. Por eso ahora sonríe el paso de los años: “Ahora es un deporte que te da prestigio”.

Y llegó la maratón, la de 1997 en Madrid. “La sensación fue buena, lo más importante era terminar, no el tiempo. Eso cambia mucho el nivel de esfuerzo que quieres dedicar a la prueba”. Hizo tres horas y 38 minutos y descubrió el alma de una maratón, lo que él llama agobio. “Es cuando empiezas a preguntarte qué hago aquí y cuándo termina esto. Es una contradicción entre no saber por qué lo haces y el deseo de llegar a la meta”. Cuarto de siglo después, le sigue pasando. ¿Por qué lo hace? “Es autoestima, es quererte a ti mismo para superar momentos difíciles. Corro porque disfruto, porque los entrenos han valido la pena, porque estoy haciendo viajes bonitos… Un conjunto de cosas que hace que pueda más acabar con el sufrimiento que abandonar”. Lo resume en una palabra: vida. Esa sobredosis de vitalidad se traduce en un equilibrio espiritual. “Tu cuerpo almacena energía y necesitas gastarla. El deporte ha creado una armonía en mi espíritu”.

El siguiente paso era ir más rápido, así que se unió a un grupo segoviano que hacía entrenos de maratón, organizado por Miguel ‘Levis’, la figura en la que está inspirada el premio que recibió anoche. Quedaban a las seis de la mañana con un precepto: había que volver a casa antes de que se despertasen la mujer y los niños. Eran otros tiempos, no había mujeres en el grupo. Él vivió la transición y corrió en Chicago su primera maratón con el mismo número de hombres que mujeres, todo un hito. Eran tres horas corriendo: camino de los tanques, submarino amarillo y vuelta. Unos 32 kilómetros. En su segundo maratón, también en Madrid, bajó su marca en 20 minutos: 3h18m. “Un tiempo mejorable”.

Ahí cambió el concepto; ya no valía terminar. Y empezó con el Grupo de Las Pistas, con ritmos “más vivos”. Entonces llegó el objetivo: bajar de las tres horas. Y se acercó, con varios maratones rozándolo: 3h04m o 3h06m. El desafío lo afrontó en la meca de la distancia, Nueva York. Su análisis es que su planificación olvidó un factor: “No conté con que Nueva York tiene puentes, y los puentes tienen cuestas”. La consecuencia: terminó cuatro minutos por encima de las tres horas. O lo que él resume como un fracaso tremendo. “Acabé la maratón y me fui llorando al hotel”. Fue en el año 2000, todavía bajo la protección de las Torres Gemelas. “Soy un chico de Valverde de clase modesta. Para mí, Nueva York era un dios. El entreno fue de un esfuerzo y una ilusión… Hasta contraté a un entrenador profesional para que me diera unas pautas. Y el último test que hice me daba para bajar de las tres horas. Te toca gestionarlo en la soledad de la habitación del hotel, retorciéndote”.

Aprendió del llanto y bajó de las tres horas seis meses después en Madrid, acompañado en los dos últimos kilómetros por su amigo Alejandro ‘Calzoncillos’, una liebre que le ayudó a rebajar la soñada marca por apenas unos segundos, hito que repitió en Barcelona, también en 2h59m. Es la gasolina emocional. “Ese aspecto mental de las maratones te ayuda luego a gestionar momentos difíciles de tu vida”.

La maratón llegó a su vida para quedarse: unas dos al año y cuatro días semanales de entrenamiento. Agradece a su familia y al trabajo -es empleado de una fundición en Valverde- por la concesión. “Han entendido que el deporte es parte de mi vida”. Con los años , en su trabajo hay un grupo de ‘runners’ que utiliza su experiencia como un ejercicio de coaching. Su pasaporte de maratones también incluye San Sebastián, Sevilla, Valencia, Varsovia, Budapest, Atenas o Estambul. Cuando conoció la lista de las cinco ‘majors’, se propuso completarla. Recientemente, hay una sexta: Tokio. “Ahora está súper saturada porque todos los que tienen cinco quieren ir, así que no hay inscripciones”. Lo intentará para 2023. “Tengo 60 años, si no lo termino pronto… la edad juega en contra de los grandes esfuerzos. Me había quedado tranquilo con las cinco y ahora me meten la sexta… Pues habrá que hacerla, qué remedio”.

Su enseñanza es que ver una ciudad corriendo es ver una ciudad totalmente distinta. Cholo controla bien las horas previas: “No me pongo nervioso, suelo dormir bien. No es un estrés para mí”. Habla de la moda de comer mucha pasta y de su desayuno más caro, en San Sebastián. “La pensión no tenía comedor; nos levantamos a las siete de la mañana, lo único que estaba abierto era el Hotel Londres y solo tenían el menú, así que nos tomamos un café y un cruasán por 20 euros”. Durante las carreras, sí toma geles, un legado de ‘Santa’, otro amigo del grupo. Ese aporte energético se demostró útil y sigue tomándolos. Así lo hizo en su última maratón, en Sevilla 2020, la del Campeonato de España de Javi Guerra. Suele tomar tres geles y lo deja para el final: uno entre el kilómetro 21 y el 25, otro en el 32 y el último en el 37.

Así sobrevive al muro, esa figura que ilustra los últimos kilómetros de una maratón. Así lo resume: “Tú quieres correr, pero la mente no te deja”. Apela a los sentimientos positivos. ¿Qué se dice a sí mismo en esos momentos? “Que soy un tío feliz, que me gusta la vida”. Recordar que su vida tiene sentido, que la meta no marca el éxito o el fracaso. Y la paciencia. “Cuando has pasado un muro tienes que saber que puede venir otro”.

La factura física de una maratón es grande. “Lo que siempre pasa es que la noche de la carrera no duermes porque tienes dolor físico y espiritual”. Cholo no bebe alcohol, pero suele tomar una cerveza en busca de una cierta relajación. ¿Y el día siguiente? “Lo mejor es que no vivas en un dúplex porque tienes que bajar las escaleras de una en una con las dos piernas a la vez”. Pero la musculatura vuelve a recordar su fortaleza. “Al segundo día no quieres volver a correr una maratón, pero al cuarto ya estás pensando en el siguiente, somos así de mascocas. Siempre vuelves. Conozco a poca gente que haya hecho un maratón y se haya quedado ahí”.

Cholo ha sido testigo del cambio que la Media Maratón de Segovia ha dado al atletismo; ha corrido todas las ediciones, un premio a su alergia a las lesiones. Lo explica por la parte genética; apenas ha tenido una rotura fibrilar de dos meses o molestias en las rodillas. Precisamente alguien que ha recorrido medio mundo es quien ve el valor de hacerlo en casa, por eso habla de la piel de gallina que siente al llegar a una meta privilegiada. “Mucha gente te anima, te llama por tu nombre. Y cuando ves el Acueducto… correr en tu ciudad es muy emocionante. La meta es impresionante”. Organiza los globos son el tiempo orientativo de la prueba.

Habla de un perfil duro y da un consejo. “Como no gestiones el inicio de la carrera, aquello es un descalabro”. Por eso sugiere salir un ritmo un poco más bajo que el nivel del atleta, todo un reto ante tal frenesí. “Me gusta mucho la alameda y la Fuencisla. La subida a José Zorrilla es muy pestosa; como no hayas reservado fuerzas, puedes perder muchos puestos y sufrir mucho”.

Cholo corrió la media maratón de Salamanca hace dos semanas. En verano, plantea una ruta de varios días de carrera por montaña en Pirineos o Picos de Europa y tiene la intención de correr una maratón en otoño, si es posible fuera de España. Su esfuerzo más largo fue correr los 100 kilómetros entre Madrid y Segovia; llegó a meta con los pies ensangrentados y tuvo que dormir en la cama de su hija, que estaba aquella noche libre, por no manchar la conyugal. Ha visto morir a un atleta por un infarto en la maratón de Madrid y otro compañero tuvo un episodio similar hace unas semanas del que, afortunadamente, sobrevivió. Él es consciente y se ha hecho una prueba de esfuerzo hace poco, una prevención aconsejable a todo atleta. Todo en orden, le quedan kilómetros para rato. “Hasta que mi físico me deje”.

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