Se abre el cielo, la tormenta cesa, dando paso a un sol tibio que inunda la estancia donde nuestros ojos regresan y la luz nos devuelve a la vida. Un resplandor que nos hace olvidar que estamos de paso.
De guerras y exilios llevamos la historia llena, asistiendo a una realidad que supera con creces a la mejor ficción, adentrándonos en una fragmentación irreversible del continente europeo que rescata escenas del pasado mas reciente cuando los conflictos armados fueron el camino tomado por los seguidores de Maquiavelo, trazando los designios de un mundo, cautivo y castigado por sus propios desafíos.
Resistir ha sido el leitmotiv durante los últimos dos años. Aquel reloj paralizado en la semana de Gabarreros, en esos días en los que marzo cerró la puerta al calendario. Hoy, volvemos a celebrar y El Espinar se viste de monte y leña, de pinos y hacheros, de homenajes, de tradición y recuerdo hacia los que ya se fueron, de regreso a una vida, esa que nos dieron con un pasado de Manrique que es más hondo cuanto más lejos lo contemplamos.
Y en medio del desorden despierta un leviatán que pone en jaque a una Europa debilitada, que trata de recomponerse, mientras, intentamos vivir el tiempo que nos queda, esquivando los misiles, y el dolor de la barbarie esta nueva guerra.
Una población aquejada por carencias y encierros de pandemia ha de enfrentar ahora un exilio desesperado con la huella imborrable del drama humano, que parece ser lo de menos para aquellos que deciden quién ha de morir y vivir.
