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Fútbol para la reconciliación

por Julio Montero
9 de febrero de 2022
JULIO MONTERO 1
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CARA Y CRUZ EN EL DEPORTE SEGOVIANO

Salvemos nuestro patrimonio en riesgo de ruina

Intrascendente celebración

Cada Nochevieja la colonia comunista española en Bucarest brindaba con un, progresivamente más sentido grito: ¡el año que viene en Madrid! Y como ellos muchos otros en distintos países que por aquí ese conocían como los del ‘telón de acero’, sin demasiadas precisiones más. Me contó una de aquellas protagonistas que las emociones estaban a flor de piel en aquellos instantes y que casi se habían convertido en un empeño de resistencia: todos sabían que era cuestión de aguantar hasta que apareciera en primera plana de todos los periódicos españoles la misma esquela. Y los deseos se convirtieron en realidad el 20 de noviembre de 1975.

Desde finales de los sesenta el régimen había ido aceptando los regresos de los ‘limpios de sangre’ en la Guerra, que no siempre era fácil saber qué significaba, y menos si vivías en Rusia. Y allí residía Manolo, en Moscú, con su dos hijos y su mujer. Él había sido uno de aquellos niños vascos a los que embarcaron, camino de Rusia, para salvarles del fascismo que representaba un Franco, a punto de entrar en Bilbao, a mediados de junio del 37. La felicidad de los primeros años en aquella tierra comunista la estropeó la invasión nazi de la Unión Soviética: el invierno del 41 al 42 fue mortal para muchos de ellos.

Por entonces Manolo se incorporó al ejército soviético. Su misión durante el conflicto fue de vanguardia de la vanguardia: se dedicó a levantar las minas explosivas con las que los alemanes regaban su retaguardia cuando comenzó su repliegue que acabaría en Berlín. No había detectores eléctricos: todo era por tanteo, muchas veces con una bayoneta sin más… y había que trabajar a toda velocidad para no retrasar el avance del Ejército Rojo. Tuvo temple… y suerte. Esto último lo añadía él muchos años después al contarlo. Acabó de teniente.

Luego hubo que integrarse en la vida normal. Un calificativo de significado impreciso en un país gobernado (¡y cómo!) por Stalin, para un soldado de primera línea (cargado de experiencias tremendas al borde la muerte), español y con cualidades para la propaganda: inteligente, buen narrador y que hablaba una lengua de gran importancia para las emisiones radiadas al exterior. Y ese era Manolo. Por entonces, como me contó un día, lo único que de verdad al molestaba de su vida en la Unión Soviética era que la ‘o’ final de su nombre en ruso se pronunciaba ‘a’: y le ponía a mil que le llamaran ‘Manola’.

El principal rasgo de ficción fue que le cambiaron el nombre al protagonista

Trabajó para la propaganda soviética exterior en español, dirigida a nuestro país y a los latinoamericanos. Incluso acudió como asesor a Pekín, para enseñarles a hacer lo que hacía en Moscú, antes de que las dos potencias comunistas se enzarzaran en conflictos y tuviera que volver a la Unión Soviética. Y allí vivió tranquilo: hasta escribieron una novela sobre su actuación en la guerra contra Alemania. El principal rasgo de ficción fue que le cambiaron el nombre al protagonista.

Y allá por los años setenta, un equipo de fútbol, el Real Madrid, fue a jugar a Moscú una eliminatoria de la entonces Copa de Europa contra el equipo local. Además de la emoción del resultado, aquello abría una de las pocas posibilidades de viajar a Moscú en plan turístico para los españoles del tardofranquismo (que no sabían muy bien que estaban en ese periodo tan final). Y un grupo de bilbaínos, nacidos en varios lugares del País Vasco, aprovechó la ocasión.

Manolo de pronto escuchó en Moscú un tono en el hablar que le resultó familiar. Se acercó al grupo. Preguntó y sí. Y claro, hablaron de todo. Hasta le plantearon por qué no regresaba con la familia, ya estaba jubilado, con la pensión podría vivir en España. Por supuesto se ofrecieron a hacer las gestiones y lo sorprendente es que las hicieron y lo increíble es que salieron bien… y Manolo y su familia prepararon el regreso a Madrid y se instalaron en la capital aún franquista.

Los padres felices. Hubieron de ser prudentes en sus relaciones. Por su apartamento de Moscú habían pasado Carrillo y La Pasionaria, entre otros comunistas españoles destacados y marcados por el régimen. La vuelta implicaba poner en pausa la actividad política en aquella España donde la libertad política se limitaba a la de pensamiento y a la de imaginación. Mientras duró el franquismo aquello se cumplió. No compensaba poner en riesgo el desarrollo de los dos hijos que se incorporaron al colegio.

El pequeño, además, apenas hablaba español, al menos aquel español en que se gritaban y le gritaban, y se quitaban la palabra unos a otros, sus compañeros de clase. Pero lo más divertido eran las clases de Formación del Espíritu Nacional. Entre lo que no entendía y lo que sí comprendía; entre lo que no era capaz de expresar con claridad y lo qué sí, no faltaban debates entre ellos que se prolongaban fuera de clase. Tenía gracia la imposibilidad de diálogo eficaz entre dos personas con la intención de convencer racionalmente al otro que, literalmente, hablaban dos lenguas diferentes en dos ámbitos totalmente distintos: el lingüístico y el ideológico.

Como le ocurría a su padre con los campos de minas que sembraban los alemanes mientras huían del Ejército Rojo

Dos o tres años después, tras la muerte de Franco, Manolo hijo había aprendido el castellano suficiente para hablar de cualquier cosa con claridad y sentido del humor. Quizá por eso se hizo luego controlador aéreo: instrucciones claras, precisas y, cuando era necesario, contundentes, para evitar problemas y conseguir ese tipo de éxitos, que por habituales no se acaban de valorar. Como le ocurría a su padre con los campos de minas que sembraban los alemanes mientras huían del Ejército Rojo.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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