La vida urbana aún no ha encontrado cura a “las meadas de las noches más oscuras o las más luminosas madrugadas”, una realidad enunciada con estilo por Rafael Alberti que sobrevive al paso del tiempo. La Policía Local de Segovia tramitó el año pasado 40 denuncias por hacer necesidades fisiológicas en la calle, un dato que representa la punta del iceberg del riego nocturno del casco histórico. Por más que los vecinos pidan más presencia policial y multas aleccionadoras, es una práctica tan difícil de detectar que solo la mala suerte o la imprudencia plantan a los meones ante las sirenas azules.
El sentido común impera y la Policía Local subraya que las meadas son generalmente nocturnas en lugares de ocio, cerca de los propios bares. Salvo “apretones”, subraya un agente, “no va uno por la plaza del Azoguejo con la cantidad de gente que hay y se pone a hacer pis”. Con todo, una de las meadas registradas fue allí. Infanta Isabel, la conocida como calle de los bares, es la que más sanciones acumula. No solo responde a necesidades fisiológicas, sino a “hacer la gracia”.
El perfil del meón es principalmente masculino, pero los agentes subrayan que los casos femeninos no son para nada algo residual. El perfil es joven, por tratarse de fines de semana y de zonas céntricas, aunque hay casos más alejados como uno en la carretera de Palazuelos. La intervención requiere mano izquierda. ¿Le dejarían acabar? “Le decimos que le hemos visto y, evidentemente, la prueba queda”.
Pillados por sorpresa
La réplica del meón es el apretón, que el baño del bar estaba ocupado. “La gente está haciéndolo en el sitio y en cuanto nos ven se sorprenden”. Ante una evidencia así, cabe poca defensa. Pero hay quien directamente no sabe ni lo que está haciendo porque el alcohol es un elemento habitual. Y la respuesta no es precisamente cívica. De ahí que muchas veces no solo quede en una infracción por orinar en la vía pública, sino que sume falta de respeto a la autoridad. Frases como: “¿No tenéis otra cosa que hacer?” No es lo habitual, pero ocurre. No tanto desobediencia, pues si se pide a alguien que pare, suele cortar el chorro.
La presencia policial debe ser proporcional a la amenaza a tratar. En la práctica, un dispositivo para erradicar las meadas implicaría a una vigilancia excesiva que la sociedad no admitiría. “Si alguien se esconde, nosotros no tenemos un coche cada diez metros cuadrados”, subraya el agente. “Nosotros vigilamos ese tipo de conductas como el que rompe una papelera o fuma hachís en la calle. ¿Cuántas se quedan sin sancionar porque no las vemos? Pues habrá bastantes”.
Hay esquinas o portales francos, especialmente bien escondidos. De ahí que sus vecinos, víctimas de su posicionamiento estratégico, lamenten la reiteración. Algunas de esas quejas se han tramitado a través de Participación Ciudadana y los agentes están más atentos a ciertas zonas. “Aún prestando especial vigilancia, haciendo un seguimiento durante 15 o 20 días, puede que sorprendas a alguien o no. Ojalá pudiéramos ver a todos los que rompen una papelera o un banco”. Es cuestión de proporcionalidad: no se puede poner una escolta a un portal. “Y encima, estando nosotros ahí es cuando no lo van a hacer. Pero es cierto que si ejerces una vigilancia en una determinada zona la gente intenta esquivarla”.
Dispersión de lugares
El mapa de sanciones orbita más sobre zonas que sobre puntos concretos. No hay una calle de las meadas, sino lugares muy variados y dispersos, lo que dificulta sobremanera la vigilancia. Otra dificultad es la propia intimidad que persigue la actividad. “Si la calle está muy concurrida, a nadie se le ocurre ponerse a hacer pis. Eso no quita que pases por la Calle Real con un grupo de cuatro y te pares en una esquina porque no aguantes más”. La ordenanza también prohíbe escupir, aún más difícil de sancionar. Un hábito insalubre más asimilado en los usos sociales.
Ante la inviabilidad de una vigilancia al milímetro, el método para atacar el problema está en la pedagogía. Los agentes han impartido charlas en los centros escolares, parte del programa ‘Convive’, encaminado a explicar a los jóvenes acciones reprobables como el uso impropio del espacio público, acampar donde no corresponde o usar los bancos como porterías de fútbol. Ahí entran actitudes vandálicas o las meadas. “Todos sabemos que son cosas reprobables, pero también deben saber que llevan consigo una denuncia y una sanción. Más que educar, es reeducar”.
La ordenanza, del año 2011, contempla dos sanciones por vulnerar el artículo 26, que impide hacer necesidades fisiológicas en la vía pública. En el apartado 1 habla de una infracción leve que se sanciona entre 120 y 750 euros; salvo agravantes como la reincidencia, la propuesta de sanción tira hacia la cifra más baja, dividida en dos por pronto pago. Así que la meada más barata sale por 60 euros. El apartado 2 agrava la infracción si se realiza en espacios concurridos por gran público, frecuentados por menores o monumentos históricos y eleva el baremos entre los 750 y los 1.500 euros.
