Reconozco que me cae bien Novak Djokovic y que me gusta su juego más que el de cualquier otro tenista. Me cae tan bien que hasta creo que sus haters lo son más por ser forofos de otros tenistas que porque realmente sea un tipo conflictivo. Eso sí; prefiero que gane Nadal.
No conozco bien los entresijos de la enrevesada historia por la que está pasando estos días, más allá de lo que leo y escucho en distintos medios, pero sí parece evidente que Djokovic disponía de una exención médica del Australian Open que le permitía participar en el torneo.
Viajó para competir y no para provocar la polémica que se ha montado. Seguro
Con esta premisa de partida, el tenista decidió, en su derecho estaba, viajar a Australia para competir. No para otra cosa: viajó para competir y no para provocar la polémica que se ha montado. Seguro. Bien es cierto que podía haber pensado que la exención médica suponía un trato de favor y, como consecuencia de ello, decidir no haber viajado por una cuestión simplemente ética. Pero no lo hizo y, al fin y al cabo, son las autoridades las que tienen capacidad decisión y no las del Open.
Aun cuando la norma es clara, también entiendo, desde una perspectiva de mercado, que se haya permitido, inicialmente, entrar a Djokovic en Australia para disputar el Open, por un simple motivo de rentabilidad. Con usted y conmigo no habría dudas, porque no generamos, ni por asomo, ni el impacto, ni la imagen, ni la riqueza que genera este chico al participar en ese torneo.
Eso sí, la decisión que ha tomado ha provocado un circo desmedido (me da que su entorno ha tenido mucho más que ver que el propio jugador) y creo que no le hará ningún bien, incluso, si acaba jugando. Mala solución, en cualquier caso.
