En esos momentos, que todos tenemos, de conversaciones jocosas o/y intrascendentes en el camino del deporte, recuerdo aquella familiar en la que uno de sus miembros, practicante y enamorado del ajedrez, debatía junto a un jovencísimo estudiante los riesgos del deporte en general, a lo que este último, entre risas, le decía:
-No creo, para nada, que el ajedrez sea un deporte de riesgo. Hay muchos otros que sí lo son y se puede demostrar.
Así fue la ‘seria’ contestación de ajedrecista, ducho en el movimiento de piezas:
-Tú fíjate bien en las piezas del ajedrez ¿Qué pasaría si un caballo cayera y le diera al jugador en un pie?
Tras los momentos de desconcierto del estudiante hubo tiempo para dar paso a otros jocosos.
A lo que te voy. Pocos serían los practicantes de cualquier deporte si cuando dan sus primeros pasos en él pensaran en los riesgos que pudieran surgir. No. Lo hacen porque les gusta, Porque los/las deportistas del mañana, si perseveran, encontrarán en esa práctica muchos, muchísimos más beneficios que lo contrario.
Sea cual fuera su elección (atletismo, para el desarrollo físico; ajedrez para el mental), de su práctica obtendrán –tenerlo por seguro-, amistad, estímulo, compañerismo, superación… e incluyo aquí a quienes, pasada la edad de competir, sienten la necesidad de continuar recorriendo caminos, pisando pistas, dando al pedal, jugando pachangas… para sentir (no perder), aquello que comenzó con la ilusión de los pocos años y permanece por pura convicción y estímulo personal.
Así es el deporte. Si entras en él descubrirás tú nuevo mundo. No lo dejes.
