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Un órdago por la maestra Guadalupe Muñoz Barrio

por Teresa Vidaechea Solís
12 de enero de 2022
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¡Oye tú, no te acerques demasiado! (Recordando a Jorge Ilegal)

CARA Y CRUZ EN EL DEPORTE SEGOVIANO

Salvemos nuestro patrimonio en riesgo de ruina

Conocí a Guadalupe en septiembre del 1975, dos meses antes de morirse el ínclito, por cierto; ya ha llovido tanto desde entonces que dudo si podré ser tan fiel a su recuerdo como ella merece. Yo acababa de conseguir mi primer contrato como profesora de Geografía e Historia en el Instituto de Enseñanza Media de Coca, Francisco Franco y Guadalupe, creo recordar, y ella impartía clases de Gimnasia, como se denominaba entonces a la asignatura de Educación Física. Con un coche de segunda mano que me costó 30.000 pesetas, el carnet recién sacado y más contentas que unas pascuas, íbamos las dos a Coca desde Segovia cada mañana, muy temprano, por hermosos pinares, con el frío del rocío, la ilusión de aquellos tiempos y en amor y compañía.

Y un instituto en el que, por supuesto, todo se hacía bien, a la perfección

Un pueblo precioso por cierto Coca, en el que mandaba mucho el Director del Instituto, el Diagonal, así llamado por la perfección con que encarnaba la línea, gracias a su cojera, al bajar la escalera principal del Centro; y el Cura, primero del pueblo en tener la televisión en blanco y negro y luego en color, a quien muchos, no sé si voluntariamente o por qué, desembolsaban encantados 10 pesetas para disfrutarlas. Y un instituto en el que, por supuesto, todo se hacía bien, a la perfección, incluidas las reuniones con el Delegado de Educación —así se llamaba entonces al representante del Ministerio— y la Inspección educativa, que se celebraban en viernes y por todo lo alto, con chorizo y jamón en el bar de enfrente mientras los profesores esperaban cabreados la llegada de la autoridad acompañada por el Director y su señora, sentados en la sala de profesores sin poder regresar a sus casas de Madrid, Segovia o Valladolid, cansados del trabajo de la semana, con hambre y sacrificio —¡como tenía que ser hombre¡— y viendo o imaginando desde los balcones que daban a la plaza cómo corría el vino, el fiambre, las gambas y la tortilla de patatas. ¿Y por qué cuento todo esto? Pues porque es el contexto histórico de Guadalupe y de los que vivimos aquellos años en lugares como las Cocas y las Segovias de entonces, que explica si no todo, si probablemente una buena parte de las manifestaciones que tuvo la terrible enfermedad mental que padeció Guadalupe, —que de eso se trató y no se olvide nunca— que es verdad, dieron muchísimo el cante.

Guadalupe era muy buena persona, doy fe, siempre con la sonrisa a flor de piel. Se ocupaba de sus padres, se ocupaba de su hermana, atendía de la casa familiar; creo recordar que entonces también se ocupaba de su madre que aún vivía. Le encantaba su trabajo, salir de Segovia y vivir en Coca algunos días debía suponer para ella una auténtica liberación; pero nunca le escuché hablar de sueños propios, ni de no tenerlos, ni de la pena por ello. Estaba entregada en cuerpo y alma a toda su familia. Y además nunca le vi mala cara. Si alguien he conocido que encarnase a la perfección el modelo (en vigor todavía para muchos) de la mujer sufrida, abnegada y entregada a la familia, ese lo encarnó ella a la perfección hasta al punto que un día pienso yo, la enfermedad le hizo creerse una especie de Robespiera, guardiana de la moral y las buenas costumbres segovianas y arremetió contra los que por su rol institucional tenían que dar ejemplo según ella, y contra aquellos otros que se pasaban cuatro pueblos exhibiendo sus excelsa vida y ejemplares costumbres, a la vez que daban lecciones sin que nadie se lo pidiera. La maldad y vileza de la impresentable gentuza —no de Guadalupe— que aprovechó la oportunidad para utilizar la enfermedad y arremeter contra quien fuera, probablemente hizo el resto.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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