Desde hace tiempo tengo como vecinos a los hermanos y a los niños de la Cruz Blanca. Hace más de treinta años tuve la ocasión de conocer al hermano Isidoro y al cardenal Carlos Amigo, ambos padres fundadores de los Hermanos de la Cruz Blanca. Su carisma: atender a los más abandonados.
La calle María Zambrano, situada entre plaza de san Esteban y las MM. Dominicas, respira generosidad. La sabia literata, interiormente libre, nunca pensó que iba a tener una calle donde se vive en silencio, en paz y en generosidad.
En la parte pobre del Palacio Episcopal se sitúa la casa de los Hermanos de la Cruz Blanca. Se podría decir que la calle María Zambrano, que honra a una de las principales figuras del pensamiento español del pasado siglo, les pertenece en exclusividad, aunque simplemente regenten su número tres.
Habitan desde los años setenta. La casa surge como un hogar para quienes no tenían alternativa y que se ha amoldado en los últimos años a la realidad sanitaria del siglo XXI para atender a una treintena de enfermos psíquicos y físicos. En su origen, un obispo con visión de futuro y amante de los pobres, Antonio Palenzuela, les cedió la casa en precario.
La hermandad es una institución religiosa que nació entre Tánger y Tetuán. El fundador, Isidoro Lezcano Guerra, un canario que estaba haciendo servicio militar en lo que entonces era territorio español, empezó a ayudar a los necesitados, en los años 1974 y 1975, con comida y modestas curas. Con la paga del servicio militar alquiló una pequeña vivienda. Procedía de una familia muy religiosa, con un hermano sacerdote y una hermana religiosa.
Con el tiempo, cada vez había más gente con él y el entonces arzobispo de Tánger, monseñor Amigo Vallejo, vio que era un proyecto bonito que iba funcionando. Entonces, según dicen las crónicas, le propuso hacer una asociación religiosa a finales de los 70. Así se fundó Amigos de Cruz Blanca -hoy Hermanos Franciscanos de la Cruz Blanca porque Amigo Vallejo lo era- y empezó el proceso, que sigue en la actualidad, para ser una institución religiosa de derecho diocesano. Soy testigo de su labor en diversas casas fundadas sobre la superficie española: Lérida, Villafranca del bierzo, Madrid, Hellin, varias en Andalucía, etc
A Segovia llegaron en 1976, pero no empezaron la actividad hasta que pasaron unos años, siempre en la misma sede. Donde ahora hay un cuidado patio, apenas había unas cuadras. Han ido progresando muchísimo; al principio apenas podían darles un espacio para comer y una cama para que no durmieran en la calle. Ahora hay que cumplir con muchas normativas; Antes, los frailes lo hacían todo —planchar, fregar, levantar, acostar— y ahora su papel es más gestor y representativo. Eso les permite una profunda presencia religiosa que da sentido de gratuidad al proyecto.
Los residentes son pacientes que necesitan pautas y muchas actividades. Todos son enfermos psíquicos y físicos y tienen un tutor. “Les enseñamos a la vida cotidiana, dice un voluntario, por ejemplo que sepan coger un autobús y moverse dentro de la sociedad”. Acogen a los que realmente lo necesitan, quienes no tienen medios económicos de ninguna clase.. El residente tiene su tiempo de adaptación, algo más de un mes. El objetivo es que lo sientan como su casa. Su labor es hacerles crecer. Hay horarios para las comidas y actividades como cine, punto de cruz, ganchillo, pintura, teatro, un taller de jabones, gimnasia sensorial.
En la calle María Zambrano hay un auténtico hogar que me recuerdan las reducciones de los jesuitas en Brasil: casa, taller, patio interior, y vida de paz y armonía. Al entrar en su patio te encontrarás sonrisa, acogida, silencio y amistad. ¡No os podéis imaginar la riqueza y la libertad interior que respiran estos niños/adultos¡.
Segovia debería estar agradecida con la labor que los Hermanos de la Cruz Blanca están prestando a esta sociedad segoviana acogiendo a aquellos que nadie quiere. Junto a la generosidad de los hermanos, voluntarios y colaboradores, el hogar de la Cruz Blanca es un despertador de la ciudad que nos dice continuamente “no hay nada definitivo ni perfecto en este mundo, solamente es perfecta la generosidad gratuita”.
(*) Catedrático emérito.
