Esta narración es tan próxima en el tiempo que afortunadamente viven muchos segovianos que la sufrieron y la pueden corroborar. Allá a comienzos de los años ochenta del siglo pasado Guadalupe y su hermana, de la noche a la mañana, se volvieron rematadamente dementes (certificado por los doctores psiquiatras don Felipe Martín Lomillos y don Pedro Calle, amigos míos ya fallecidos) pero al no estar internadas salían a pasear por Segovia a su albedrío, casi siempre por la calle Real, profiriendo todo tipo de improperios dirigidos a una determinada víctima elegida por ellas que generalmente conocían, mezclando medias verdades con falsedades las emitían a grito pelado en medio de la calle, aunque ésta estuviera muy concurrida. Con su actitud avergonzaban a la persona significada haciéndole pasar un rato muy desagradable y proporcionándole un fuerte disgusto que le duraba varios días.
Duró este tormento aproximadamente desde los años 80, con algunos lapsos de sosiego porque a veces desaparecían, hasta su internamiento definitivo en el Sanatorio Psiquiátrico de Quitapesares por el año 2010. La mayor se llamaba Guadalupe Muñoz Barrio y su hermana menor acaso se llamaba María Ángeles (Angelines) con los mismos apellidos. Ambas vivían solas en la calle Malconsejo de Segovia, ya que al parecer desde la muerte del padre en 1982 ya no tenían familia allegada. El caso es que procedían de una familia acomodada que disponían de bienes en la calle citada, en los barrios de San José y Zamarramala y algunas fincas en la provincia.
Guadalupe era de fuerte complexión y su hermana menor era de menores hechuras. Guadalupe había estudiado la carrera de magisterio coincidiendo en el mismo curso con la que fue mi esposa difunta, es decir fueron compañeras durante tres cursos, por lo que aquella sabía la vida y milagros de mi mujer y por ende la mía, así que cuando me veía en la calle disparaba improperios gritando desaforadamente dirigiéndose a mí, fuera solo o acompañado. Así que me traía mártir. Mi mujer, que bien la conocía, me dijo que había sido una compañera con bastantes rarezas, pero la desgracia de la muerte de su padre la desniveló el cerebro y se volvió loca de remate pero una loca de muy mala uva. Ya la hermana menor debía de ser de siempre discapacitada mental. En fin que la desgracia enajenó la mente de la antigua maestra, convirtiendo en ponzoña verbal contra el prójimo sus propias desdichas.
Siendo ya maestra, Guadalupe ejerció en Carbonero el Mayor, pero eran de tal envergadura los líos que organizaba que el alcalde de la localidad, con mucha habilidad, se deshizo de ella.
En algún caso conocían algún desliz del personaje elegido. A uno le acorralaron frente al Teatro Cervantes al que tildaron de estafador, ladrón, usurero… pero es que este hombre sí que había hecho una estafa.
El gobernador civil de Segovia, las quiso recluir, pero las recientes leyes promulgadas por la época de liberalizar a estos enfermos mentales no se lo permitían.
En cierta ocasión a un médico le insultaron estando sentado con su esposa en la terraza de un café de la Plaza Mayor. Éste no se anduvo con chiquitas se levantó y sin mediar palabra la propinó un fuerte puñetazo en el rostro que la derribó. Guadalupe se incorporó, enmudeció y siguió su camino. Tengo entendido que recibió más veces algún que otro sopapo por personas a las que gravemente ofendía. Yo no tenía ese valor y procuraba esconderme si tenía la suerte de verlas a ellas antes que me vieran a mí. Fue tal el suplicio que recurrí a denunciarlas a la policía pero ésta escudándose en la nueva normativa se lavó las manos llamándome por teléfono excusándose porque no podían hacer nada pero que ya habían tenido que intervenir un día que las dio por arrojar muebles desde su ventana y asomarse con medio cuerpo fuera de la misma exhibiendo un cuchillo de grandes dimensiones y gritando: ¡Os voy a cortar el pescuezo a todos! —refiriéndose a los vecinos.
Así que salir yo a pasear por la calle Real era una temeridad porque te podías topar con esta pareja de trastornadas y te tocaba sufrir un auténtico calvario ya que te avergonzaban despiadadamente llevándote un disgusto morrocotudo.
Pero es que los insultos eran dirigidos a cualquier viandante elegido ya que conocían a mucho personal de Segovia, porque si a mano venía, lo mismo le ponían de «chupa de dómine», al presidente de la Diputación, al alcalde, al gobernador, a un cura que por allí pasara e incluso a un santo varón como era nuestro querido obispo don Antonio Palenzuela.
Un día se colocaron detrás de un cura, cuyo nombre omito, y le siguieron increpándole a modo de letanía; las procacidades que vomitaron fueron de órdago a la grande: ¡Cab….n! ¡Dices muchas misas y luego te estás acostando con la fulana! (personalmente dulcifico el lenguaje chabacano que emitió Guadalupe). Dígame usted si no es para revolverse y darlas un par de… guantazos.
Como no hay bien ni mal que cien años dure por fin Guadalupe rindió su alma al diablo falleciendo en el Sanatorio Psiquiátrico de Quitapesares el 2 de febrero de 2020 a los 78 años de edad siendo enterrada en el Cementerio del Santo Ángel de la Guarda, su hermana había muerto años antes, pero como ambas ya llevaban más de 10 años internadas, la tranquilidad hacía bastante que había regresado a las calles de Segovia.
Qué Dios se apiade de ambas y las dé el descanso eterno como el que nos dejaron a nosotros el día que fueron recluidas en el Sanatorio psiquiátrico.
