
No estoy seguro de que mis palabras convenzan; ni siquiera que parezcan convenientes a quienes sintonizaron el día de Nochevieja Antena 3. Yo también lo hice. Sepan que no los juzgo. Ni califico. Sería una temeridad. No hablo de moral, sino de gusto. Analizo el personaje, que salvo su aspecto exterior nada aporta. Es cierto que la alegría, la diversión, el goce momentáneo, la satisfacción del apetito más liviano es de por sí —siempre lo ha sido— un motivo que anima la conducta humana. Desde el principio de la historia. Esaú llegaba de cazar. Cansado y hambriento. Su principal objetivo era saciar su gazuza. Su mirada era corta. Cedió su primogenitura —una expectativa a largo plazo— por satisfacer su apetito más inmediato con un plato de lentejas. Le apetecía el trueque pero seguramente no lo quería.
Desde luego no vamos tan lejos en nuestro análisis porque la cuestión no posee el aspecto moral del conflicto de Esaú, como ya se dijo. Simplemente constatamos el tiempo que una satisfacción como esta permanece en nuestra vida para ponderar su importancia. La Pedroche es uno de esos clichés pasajeros, asociados —¿qué dirán las feministas recalcitrantes de su cadena?— a la figura de una mujer, que sin llegar a símbolo de nada se utilizan y se dejan porque solo aportan metralla para consumir un momento. Pasó lo mismo con Sabrina, aquella cantante cuyo único mérito eran los desequilibrios delanteros que osaba enseñar para cubrir otras carencias. Es la fuerza del instante y de la simpleza. No es malo simplificar en ocasiones la vida, pero no en demasía, no fuera a ser que la superficialidad lo ocupe todo. Lo superficial tiene tendencia a ser excluyente, tiene el peligro grabado en su ADN. Tiende a confundir y luego a convertir lo que es meramente superficial en esencial.
La conversión de alguien vulgar en estereotipo para captar siquiera por unos instantes la sed de curiosidad del espectador
Lo atrayente y a la vez la misión de La Pedroche es simple: la conversión de alguien vulgar en estereotipo para captar siquiera por unos instantes la sed de curiosidad del espectador. Es significativo que su trivialidad sirva para ahondar en la trivialidad de los demás como modo de superar la rutina del día a día. Esta mujer no tiene nada de extraordinario, es puro envoltorio; armadura que se agota en sí misma. Pasa, no permanece. Envuelve, no penetra. Su fulgor dura un instante. Como el rayo que se enseña y no quema.
¿Es irresistible La Pedroche? En la medida en que el observador quiera ser marioneta y el tiempo que quiera ser marioneta. Nada hay de nefando en entregarse a un deseo inmediato. Lo preocupante es no saber que el sencillo regalo es solo eso: un accidente momentáneo que se consume en su propia floración. Sin más.
Lo más atractivo, que no atrayente, de ‘La Pedroche’ es que la persona es consciente del personaje, y lo interpreta con inteligencia
Dicho lo anterior, lo más atractivo, que no atrayente, de La Pedroche es que la persona es consciente del personaje, y lo interpreta con inteligencia. Sabe que nunca podrá optar a la categoría de mito, porque no tiene capacidad de transcendencia. Pero no le importa. Por eso exagera sus aristas: grita, agita los brazos, se muestra nerviosa, chabacanea. Se regodea apareciendo en su vida normal vulgar porque así se hace más seductora cuando se disfraza. Al común le gusta ser testigo de cómo una chica ramplona, aunque guapa, es capaz de dar el pego con un simple disfraz. Ello da esperanza a que muchos puedan alcanzar por esta vía lo más parecido a lo excelso. O cuando menos, delegar en La Pedroche esta representación. El mito, en cambio, no distingue vida carnal de vida expuesta; es solo una cosa: no lo que se ve, sino lo que se deduce de lo que se ve. “Esto es el Oeste, señor, cuando un hecho se convierte en leyenda, se escribe la leyenda” (‘El hombre que mató a Liberty Vallance’).
Es significativo el escenario de las campanadas: un compañero, sin mucha personalidad, corriente y feo, dispuesto ante los demás tal y como es, sin envoltorio de ningún tipo. Incapaz de hacer sombra a la rutilante estrella en su titilar momentáneo. A La Pedroche, decía, se le disfruta por delegación, y como dice el magnífico guión de ‘El sueño eterno’: malo es “cuando un hombre tiene que disfrutar de sus vicios por delegación”. La Pedroche también gusta, aunque sea por delegación, a las mujeres. Lo que no la convierte en un fenómeno ni la dota de complejidad: simplemente le proporciona mayor audiencia.
