No son pocas las opiniones, puntos de vista y juicios sociales y políticos, respecto a los flujos migratorios que de forma masiva se vienen dando cada día con el arribamiento de unidades de salvamento en plena mar ante el caos humano que muchas veces —casi todos los días— deja en el mar cientos de infelices que con el señuelo de una vida mejor se embarcan en el regazo de las mafias para sortear aguas procelosas y sepulcrales a veces.
El tema ha sido y sigue siendo el pan de hoy y la preocupación cunde no sólo en la Unión Europea sino en la aldea global consciente de la tragedia que eso supone. Y supone el anhelo de muchos ciudadanos vulnerables, víctimas de situaciones de escándalo en sus países que ponen en riesgo no sólo su escasa hacienda sino su propia vida. A veces, en ese tráfico, con pérdidas humanas infantiles que no tienen culpa de nada y menos de esas diferencias de vida insostenibles que les ahogan y les empujan hacia lo que ellos otean como un horizonte más justo y más feliz. Aunque muchas veces también semejantes propósitos se vean opacados por situaciones incluso legalistas que les proscriben como ciudadanos libres. Otra cosa es si esos ciudadanos migrantes, lógicamente, deberían iniciar su éxodo contando con ‘papeles’, puestos de trabajo seguros, asistencia humanitaria tanto residencial como sanitaria, etc. para cuyo alivio los países fuertes ya están abriendo—aún pepino— el melón de los derechos humanos y la protección de esa clase desfavorecida por el empuje de su país hacia fronteras de esperanza. Es de esperar que más pronto que tarde ese fruto madure y puedan comerle quienes hoy no sólo lo tienen lejano —y aún prohibido— sino que padecen dolorosos confinamientos, persecuciones y lamentables y frustrantes repatriaciones. En este sentido parece oportuno destacar la normativa del Ministerio de Inclusión que entró en vigor el pasado jueves aplicada a las nuevas contrataciones en origen para 2022, en función de la previsión anual de las cifras previstas de empleos que puedan cubrirse por esta vía. La norma permitirá “regular la migración segura y ordenada para contratar trabajadores en terceros países para realizar en España actividades de carácter temporal en puestos de difícil cobertura en nuestro mercado interior, sustanciándose especialmente las condiciones de alojamiento, sanitarias, habitabilidad e higiene adecuadas de los migrantes”. Con lo cual parece abrirse un camino de esperanza en la tan necesaria regulación migratoria. Que no es poco.
Mas, por encima de esa tragedia, que no está en nuestras manos afrontar, ni siquiera con el sufrimiento que nos pueda producir esa realidad y esos ojos anhelantes de cariño y de justicia social que a veces nos presentan los telediarios (más si se focalizan en el enorme desamparo infantil) lo que sí es de justicia encarar y reconocer la solución que suponen esas corrientes migratorias (deseablemente legales o legalizadas por la solidaridad integradora de los Estados) como mano de obra en el mercado laboral, infinidad de veces rechazada con caradura impresionante por ciudadanos nativos —que se encuentran más acomodados en las tumbonas del paro— referida a la industria y los servicios (automoción, trasporte, hostelería, construcción, actividades rurales en todas sus facetas, etc.) supliendo así carencias muy acusadas —más en estos momentos— en esos sectores que han perdido el ritmo de producción deseado y que esa mano de obra (dignamente recompensada, como debería ser) viene salvando a las empresas de una crisis de incalculables consecuencias. La prueba está en que hay muchas que como la hostelería están salvando su actividad gracias a esa mano de obra migrante.
De modo que no todo son aspectos negativos lo que puede contemplarse desde el collado de la inmigración sino que debería ser apreciado en cuando significa no sólo de suplencia de aquellas carencias de trabajadores sino incluso de lo que podría tener de positivo a la hora de su integración y permanencia –sobre todo en el medio rural- impulsando el relleno de unos territorios como se dice ahora de la ‘España vaciada’ que ha perdido el arraigo de un personal emigrante, a su vez, atraído con el espejismo de una vida mejor que en su pueblo y que no siempre abren como esperaban unos horizontes despejados y un calor humano y profesional que no en todas las ocasiones conforta sino que en algunos casos abrasa. Ese es el ciclo.
Por eso, me parece, que el tema de las migraciones que soportamos, debieran regularse —más pronto que tarde— y proporcionar a esas corrientes la legalidad que necesitan para una integración real, una estabilidad sólida y un asentamiento suficientemente atractivo de permanencia. Digo yo.
