A lo largo de todo un año hemos asistido a cambios en nuestro entorno profesional, personal, social y familiar, más de los que hubiéramos pronosticado para doce largos meses, algunos tan irremediables como irreversibles, por lo que bien podríamos decir que han provocado esa particular metamorfosis que se ha producido en cada uno de nosotros.
Un año de montaña rusa, con revueltas y temporales de diversa índole, sucesos climáticos, políticos y humanitarios. Una población sedienta de certidumbres y hambrienta de mejoría. Contra las cuerdas en un tira y afloja, sin bajar la guardia, deshojando expectativas.
Hemos hecho mudanzas, avances y retrocesos, aprendiendo a marchas forzadas, navegando con el instinto. Meses sin aliento, confinados perimetralmente. Un Alto del León a modo de Checkpoint Charlie a la segoviana ejerciendo de frontera más que nunca, recordando otros tiempos de contienda.
Cae la tarde a los pies de la falda norte de la sierra del Guadarrama, es verano, es otoño, es invierno. Al fondo, tu silueta respetable, de mujer rendida a los campos de Castilla, escolta el valle espinariego. Soberbia cadena montañosa que sostiene nuestro paisaje infinito. En tus hechuras Pasapán, Oso y Pinareja, Valsaín y La Fuenfría, guareciendo a la cañada leonesa y antiguos canchales del Río Moros, con los espesos bosques de pino silvestre.
Metamorfosis que calma y recupera al enfermo de noches tibias, en un hospital de la sierra -como diría Machado- curando el aire, haciendo balance y encarando lo que nos queda por delante.
