El escenario: un parque poblado de árboles cuajado de brotes verdes y rosales recién descapullados que ribetean con su magia los arriates del camino. Una arboleda que deja entrar los cristales rotos, destrozados, de un sol de prematura primavera que aunque no abrasa reconforta y alegra. Lo acaricia un camino de tierra limpia y tan blanca que de mazapán parece. Y un banco. En la orilla del camino brota un banco de madera que aún huele a pino recién desbastado y se confunde, solapándose los aromas, con el olor sugerente a hierba mojada que respira el vergel. En el banco una mujer seguramente recién escapada de una pubertad irreversible que busca otros horizontes más libres. Más anchos. Una muchacha en flor de las de Proust , menuda, tan rubio el pelo que de oro molido parece, que de tan largo y hermoso recoge en una cola de potro aún salvaje. Con unos ojos azules, quizá tristes, confortada su soledad elegida entre el verdor y las rosas prematuras. Y una mirada, sin embargo, imanante y seductora. En el camino de arena limpia y blanca, que de mazapán parece, un paseante con sutil envolvente becqueriana que le transciende, flota en pensamientos bien lejanos buscando, en su ensoñamiento, nidos colgados de oscuras golondrinas migrantes. El poder de la mirada de la recién escapada de la pubertad perdida sentada frente a él le impulsa a caminar –como flotando- hacia el pino recortado hecho banco por donde aún circula una sabia apresada. Y sentarse a su lado dejándose mecer con el arrullo de aquella mirada de entre niña y mujer aún no cimentada. Sin darse cuenta apenas , sus dedos se entrelazan ejecutando arriesgados ejercicios en los trapecios de un circo imaginario, donde un dia, muchos días, Pinito del Oro, jugó en cabriolas , como ahora aquellas manos, en el filo entre la vida y la muerte. Pudo la vida. Pero también la muerte. Levemente, casi sin darse cuenta , la seductora mirada de aquella adolescente recién escapada de la pubertad, indujo la atracción hasta el beso. Un beso largo, largo, hasta perder el sentido de la distancia y profundo, tan profundo que podrían rozarse en esa sima aquellas dos almas encantadas. Luego, el camino de blanca y limpia arena que de mazapán parece, se los llevó unidos, con aromas de tierra mojada y de rosas recién abiertas, arropados por trozos de sol destrozados, de una incipiente primavera quebrados entre los árboles. Que no abrasan pero confortan.
