Jesús Albarrán ha instalado un comedero pajaril artesano en su jardín espinariego. Allí acude en tropa su ganadería de gorriones, carboneros, jilgueros… vamos, lo que él denomina ‘sus pandilleros’. Me gusta. Hace un año, con Filomena llamando a la puerta, también comencé a poner cuencos de semillas que los pajarillos agradecían en aquellos días de manto blanco. Y al verlos comer, yo también.
Según SEO BirdLife, el gorrión común ha perdido el 50% de su población desde 1980. Un total de —agárrense— ¡247 millones de ejemplares! Su pariente, el gorrión molinero, también ha perdido 30 millones… ¡Un drama! Desconozco cómo se hacen estos estudios censales, pero no tengo motivo para dudar de ellos, sobre todo porque, cierto es, desde hace tiempo noto una escasez de pajarillos que yo achacaba a mi vida urbanita. Pero no es sólo por eso.
La política agraria, la contaminación, las enfermedades, las especies invasoras… empujan a que nuestros gorriones —gurriatos decía mi padre— estén en regresión. Y llegado aquí, también me acuerdo de las ardillas que antaño poblaban nuestra tierra alta segoviana y que hoy, aunque han resurgido, siguen siendo escasas. Muy escasas.
Pocas cosas generan una sonrisa tan tierna y sincera como ver a una ardilla descarada de orondos mofletes observándonos desde el fuste de un pino o un gorrión, engolado y caradura, buscándose la vida. ¡Puf! Vistas las estadísticas, parece que además de pandilleros se van a convertir en tesoros.
