Los pasados 10, 11 y 12 de noviembre se celebró en Las Palmas de Gran Canaria el X Congreso Nacional de Bibliotecas Públicas con el título ‘El desafío de la transformación’. Se reunieron dos centenares de bibliotecarios con el ánimo y la inquietud de tratar el servicio de biblioteca pública para mejorar la vida de las personas y sus comunidades. Los ejes centrales del congreso atendían a, primero, establecer un nuevo paradigma de biblioteca pública y, segundo, la necesidad de la virtualidad y de la presencia en las bibliotecas.
Las bibliotecas públicas realizan, desde hace ya tiempo, mucho más que prestar libros, películas o sitios de estudio. Son una caja de herramientas para que las personas y grupos que la utilizan puedan mejorar sus vidas. Los útiles que ofrece esta caja son, entre otros, cultura, ciencia, lenguaje, innovación y, a mi juicio el más importante, los valores que impregnan el servicio de biblioteca pública y que disemina entre sus usuarios.
Esta evolución cultural no ocurre en una escala de miles de años como la evolución biológica, sino en cada actividad infantil o en cada lectura de un libro
Para el filósofo francés François-Xavier Bellamy la cultura es lo que se transmite y, en el encuentro con lo que otro le transmite, permite lograr la humanidad. Para el genetista italiano Luigi Luca Cavalli-Sforza, podemos hablar de una analogía entre evolución cultural y biológica. Lo que aprendemos de nuestros padres se puede asemejar a la información que nos viene de ellos genéticamente. Lo que aprendemos podemos mejorarlo, o lo contrario, y dejarlo a nuestro hijos. Esos cambios culturales generan diversidad cultural que, de nuevo, puede asimilarse en su utilidad a la necesidad de diversidad genética esencial para la supervivencia. Esta evolución cultural no ocurre en una escala de miles de años como la evolución biológica, sino en cada actividad infantil o en cada lectura de un libro. La evolución biológica tiene un propósito ciego pero la cultural es intencional, y además es una intencionalidad compartida, como señala el psicólogo norteamericano Michael Tomasello. La cultura puede cambiar las circunstancias del entorno que, a la vez, puede alterar la selección natural, como indica la filósofa canadiense Patricia Churchland.
Las bibliotecas públicas pretenden recopilar la memoria de la humanidad con toda la diversidad acumulada para ponerla a disposición de todos, sin distinción alguna, para la mejora del aprendizaje y nuestras acciones. Dicen los bibliotecarios que quien no preserva su memoria no tiene futuro. Por ese motivo la biblioteca pública trasciende las limitaciones de nuestras perspectivas, como apunta el economista indio Amartya Sen. La cultura diseminada por las bibliotecas, entre otros actores, trabaja por mejorar la lectura, la expresión de las personas y sus capacidades y habilidades, con lo que tienen mayor posibilidad de pensamiento, expresión, o acción para formar redes con otras personas, por ejemplo, todo lo cual genera nuevos cambios susceptibles de hacernos mejorar en alguna medida.
Hoy vivimos una explosión de información en que las personas somos emisores en mayor medida que los medios de comunicación tradicionales. Pero no todas las informaciones, pensamientos o ideas culturales están verificadas ni tienen el mismo valor. Para determinar ese valor, para comprobar su adecuación a la realidad y su utilidad, se requiere que la información sea veraz y el conocimiento argumentado y fundado. En las bibliotecas separamos nítidamente las estanterías de libros de ficción y no ficción. Por esto, y por el hecho de que ofrece múltiples fuentes de información para comprobar la información y el conocimiento, podemos decir que las bibliotecas públicas son necesarias para mitigar el problema creciente de la desinformación y las consecuencias que trae, como la polarización, el descrédito en la democracia, la falta de confianza, etc. Todo con el fin de intentar manipular a las personas, los grupos y, en definitiva, el ámbito público.
Las bibliotecas públicas son un bien público por los recursos que ofrece pero, también, porque son un recurso intangible para mantener y mejorar la democracia y los valores universales. Las bibliotecas públicas son instituciones orientadas a proteger libertades y derechos individuales reconocidos, como el derecho a la información veraz y la cultura. Pero las bibliotecas públicas, como instituciones culturales enfocadas en la democracia, deben diferenciar nítidamente entre valores y antivalores. En sus actividades y servicios no puede equiparar la democracia con el autoritarismo, la ciencia con la pseudociencia, la tolerancia con la intolerancia, o la inclusión con la exclusión.
Los valores que impregnan la biblioteca, tomados de su tradición bibliotecaria, de declaraciones de derechos, de la normatividad positiva, son la solidaridad, dignidad, equidad, responsabilidad, entre otros. Sirven para inventar el futuro o al menos intentar influirlo con los útiles que aquí hemos señalado, cultura, ciencia y valores. Hoy las bibliotecas públicas difunden estos valores y, además, los que destilan los Objetivos de Desarrollo Sostenible, como la erradicación de la pobreza, la salud, la educación, la igualdad, y otros. No son valores nuevos ni quizás los más óptimos pero están consensuados internacionalmente, y son un objetivo cultural importante de las bibliotecas públicas para el bienestar de las personas y grupos a lo largo del tiempo.
Todo lo cual conocía y disfrutaba Amparito, una tristemente fallecida usuaria de la biblioteca de Arucas en Las Palmas, que desde que entró por primera vez a la edad de 83 años decía: “No sabe lo que se pierde quien a la biblioteca no entra”. Quede su recuerdo para hacer nuestro futuro.
