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Dar tiempo al tiempo

por Julio Montero
17 de noviembre de 2021
JULIO MONTERO 1
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Ena, la serie Woke

No sois para él lo que él es para vosotros

¡Oye tú, no te acerques demasiado! (Recordando a Jorge Ilegal)

Hoy me he conmovido al escuchar en misa la primera lectura. Era del libro de la sabiduría: “Un silencio sereno lo envolvía todo, y, al mediar la noche su carrera, tu palabra todopoderosa se abalanzó, como paladín inexorable, desde el trono real de los cielos…”. Al escucharlo se me ha venido a la cabeza un asunto al que venía dando vueltas los últimos días, sin saber muy bien por qué: ese instante eterno inmediatamente previo al estallido de aquel primer ‘big bang’ de donde parece que salió todo.

De repente se me han unido dos imágenes difusas: un silencio sereno envolvía lo que estaba a punto de empezar. Para los cristianos la serenidad amorosa del Ser Supremo a punto inaugurar el espacio y el tiempo. Primero con el inicio del tiempo medido en miles de millones de años y a la vez el espacio que intentamos contabilizar en cifras similares de años luz. Luego, mucho, muchísimo, ‘muchisísimo’ tiempo después, el tiempo de la historia, que comenzó a separar lo social humano de lo humano animal.

Lo de los años luz siempre me recuerda que por muy científicos que seamos los seres racionales nos aferramos a nuestras primeras experiencias de medida: y calculamos las distancias siderales mediante procedimientos semejantes a los que empleaban nuestros ancestros para decir la extensión de sus campos, en fanegas: la superficie que podía sembrarse con el grano que cabía en un recipiente al que se atribuía también esa amplitud de contenido, de volumen. La distancia que recorrería la luz en un año… infinitas fanegas.

He traído lo de la luz, porque evoca la permanencia en nosotros, de manera inconsciente, de ideas que no se sabe muy bien cómo se nos han metido en nuestro modo de juzgar, de contar, de valorar. Se hablaba en otros tiempos del papel que jugaban los mitos en todas las culturas para divulgar esos sentires esenciales e inconscientes.

Quizá las traigamos del seno materno, sean restos de aquellos alimentos que nos hicieron vivir sin enterarnos, o quizá solo sin recordarlo, como esos sueños que desasosiegan cada mañana y de los que no logramos recordar su argumento ni sus escenas. Quizá tuvimos allí una conciencia olvidada mientras nos acostumbrábamos a vivir en el nuevo medio que resultó ser nuestra vida actual.

Pienso, a veces, que esa experiencia inconsciente, pero firme, estable, indudable, de nuestra vida anterior nos prepara para entender otra vida (la otra vida), en otras dimensiones (con otro tiempo y otro espacio, o sin ellos). Probablemente por eso, cuando quiero imaginar esa forma de vivir me resulta imposible separar aquel futuro de este presente.

No me parece que sinvergüenzas y honrados vayan a estar del mismo modo en el mismo mundo

No me parece que sinvergüenzas y honrados vayan a estar del mismo modo en el mismo mundo. Desde luego la justicia será distinta de la que aplicamos los hombres aquí; pero algo de lo de ahora deberá quedar: porque aquello será una vida distinta, pero será vida. Alguno pensará que la línea de continuidad, la trazabilidad de los cursis posmodernos, es la de la unión buscada de las buenas voluntades: se empieza con depender en todo de la madre; se pasa luego a depender y a la vez aportar a la sociedad inmediata que nos rodea… y se podría concluir con un vivir en un afecto de solidaridad pleno (en el otro mundo). Puede.

Se podrá decir que todas estas cosas son solo posibilidades. Es verdad. Más aún: cada cristiano tiene un margen tan amplio como este para construir dentro de la fe su idea de la creación y de la otra vida. No hay ningún problema. En realidad debería ser una necesidad. Tampoco quiero impartir una clase. Sencillamente comparto mis pensamientos y ocurrencias, mi empeño en dar forma cultural a temas de los que me gusta hablar con algunos de mis amigos (‘teos’ y ateos): unas veces mientras vemos los cuadros de El Bosco; otras, mientras paseamos o nos tomamos una cervezas; y otras mientras escribo esta columna, porque después de tantos años uno piensa que algo de amistad ha hecho con sus lectores habituales.

Los vagones silenciosos del AVE son peligrosos. Porque todo esto se me ha pasado por la cabeza en uno de ellos mientras regresaba de Zaragoza. Tampoco ha sido mucho tiempo. Regresaba de impartir una conferencia sobre cosas que nada tienen que ver con todo esto y de pasar unas horas con gentes estupendas… y no porque sean mis amigos, porque ya eran geniales y buenísimos antes de conocerles. Quizá lo único que necesitaba era un momento de reflexión, un tiempo en que no podía hacer nada, salvo pensar y recordar y evocar e imaginar (bueno, antes había apagado el móvil). En fin, tiempo y ocasión para ‘darle vueltas a las cosas’ que es lo que necesitan precisamente estas cosas. Tenemos que darnos tiempo para vivir de verdad, para dar sentido a lo que vivimos, o por lo menos, intentemos viajar en los vagones de silencio de los trenes.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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