Hoy, en la jornada mundial por los pobres, es una oportunidad para afirmar “el valor del pobre” ¿es que los pobres tienen valor? ¿valen para algo o valen por algo? Tienen valor por sí mismos: porque son personas y no individuos; y, porque son pobres, nos enseñan que lo importante no es el tener sino el ser. De los pobres se puede recibir mucho.
Con todo esto, aunque la pobreza en sí misma es un mal, puede considerarse como un bien en cuanto estrategia para sacar de la pobreza al pobre, es decir “dejar casa o hacienda, o familia o estatus social por ayudar al pobre” por un motivo noble,es un bien: es la llamada “pobreza elegida” para sacar al desvalido de la pobreza.
El cristianismo, fuera de toda ideología, dice el papa Francisco “impulsa a estar especialmente atentos a los pobres y pide reconocer las múltiples y demasiadas formas de desorden moral y social que generan siempre nuevas formas de pobreza. Parece que se está imponiendo la idea de que los pobres no sólo son responsables de su condición, sino que constituyen una carga intolerable para un sistema económico que pone en el centro los intereses de algunas categorías privilegiadas”.
Pero a la economía y los poderes de este mundo solo les interesan los pobres como medio de consumo. Si no llega a ser así, les excluyen. “Un mercado, sigue diciendo Francisco, que ignora o selecciona los principios éticos crea condiciones inhumanas que se abaten sobre las personas que ya viven en condiciones precarias. Se asiste así a la creación de trampas siempre nuevas de indigencia y exclusión, producidas por actores económicos y financieros sin escrúpulos, carentes de sentido humanitario y de responsabilidad social”.
El año pasado, además, se añadió otra plaga que produjo ulteriormente más pobres: la pandemia. Esta sigue tocando a las puertas de millones de personas y, cuando no trae consigo el sufrimiento y la muerte, es de todas maneras portadora de pobreza. Los pobres han aumentado desproporcionadamente y, por desgracia, seguirán aumentando en los próximos meses.
Este año se está viendo cómo las vacunas y los antídotos ante el virus no llegan a los países pobres. Algunos países, a causa de la pandemia, están sufriendo gravísimas consecuencias, de modo que las personas más vulnerables están privadas de los bienes de primera necesidad. Las largas filas frente a los comedores para los pobres son el signo tangible de este deterioro.
Una mirada atenta exige que se encuentren las soluciones más adecuadas para combatir el virus a nivel mundial, sin apuntar a intereses partidistas. Por otra parte, es urgente dar respuestas concretas a quienes padecen el desempleo, que golpea dramáticamente a muchos padres de familia, mujeres y jóvenes. La solidaridad social y la generosidad de la que muchas personas son capaces, gracias a Dios, unidas a proyectos de promoción humana a largo plazo, están aportando y aportarán una contribución muy importante en esta coyuntura.
Sin embargo, permanece abierto el interrogante: ¿cómo es posible dar una solución tangible a los millones de pobres que a menudo sólo encuentran indiferencia, o incluso fastidio, como respuesta? ¿Qué camino de justicia es necesario recorrer para que se superen las desigualdades sociales y se restablezca la dignidad humana, tantas veces pisoteada? Un estilo de vida individualista es cómplice en la generación de pobreza, y a menudo descarga sobre los pobres toda la responsabilidad de su condición. Sin embargo, la pobreza no es fruto del destino sino consecuencia del egoísmo. Por lo tanto, es decisivo dar vida a procesos de desarrollo en los que se valoren las capacidades de todos, para que la complementariedad de las competencias y la diversidad de las funciones den lugar a un recurso común de participación.
Por eso se requiere un enfoque diferente de la pobreza. Es un reto que los gobiernos y la sociedad civil deben afrontar con un modelo social previsor e impulsor de sobriedad, capaz de responder a las nuevas formas de pobreza que afectan al mundo y que marcarán las próximas décadas de forma decisiva. Si se margina a los pobres, como si fueran los culpables de su condición, entonces el concepto mismo de democracia se pone en crisis y toda política social se vuelve un fracaso.
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(*) Catedrático emérito.
