No soy lo suficientemente joven como para saberlo todo, decía Oscar Wilde. Y como a mí me pasa lo mismo, en un tema tan delicado como éste conviene preguntar a los que saben. Y los que saben dicen cosas muy interesantes.
Primero, afirman que siempre ha habido cambio climático y que el actual es muy potente debido fundamentalmente a la actividad solar.
Segundo, que la concentración de CO2 en la atmósfera en la época preindustrial (s.XIX) era del 1,5% todavía no superada hoy a pesar de toda la industrialización mundial. Y quiero recordar aquí que los datos no se discuten, se comprueban.
Tercero, los que sostienen que hay que eliminar todo el CO2 de la atmósfera no debieron asistir a clase cuando se explicó que gracias al agua, al CO2 y a los fotones que envía el sol se realiza la fotosíntesis, y por tanto es un hecho objetivo que el CO2 es esencial para la vida en la atmósfera y en los océanos.
Cuarto, el antiecologista Martin Riman en su escrito “La histeria europea a causa del calentamiento”, afirma que la decisión del Consejo de Europa de aumentar las energías renovables, se debe más a las ambiciones de ciertos políticos por liderar la lucha contra el mal llamado cambio climático que a la protección del medio ambiente.
Quinto, el reconocido economista liberal Václav Klaus que mantiene que “protección del medio ambiente, sí, ecologismo, no”, señala que para los ecologistas lo fundamental es suscitar una sensación de amenaza, augurar un peligro de magnitudes imprevisibles y conminar a una intervención urgente. Una vez conseguido este ambiente, surge la necesidad de intervenir rápidamente sin preocuparse por los gastos y sin perder el tiempo en procedimientos estándar, por lo visto demasiado “lentos” (como la democracia parlamentaria), porque no se puede esperar a que la gente común y corriente lo entienda. Así que estaríamos obligados a actuar por medio de los que “saben” como solucionarlo. Sin embargo, entiendo que a quien no hay que preguntar es a esos ecolojetas que predicen las catástrofes (para luego alimentarse de ellas), y como se consideran superiores a los demás, nos quieren imponer su ideología para salvar al mundo.
Sexto, el único líder de Greenpeace que tenía formación científica, Patrick Moore, que fue presidente y uno de sus fundadores, denuncia que todo es un engaño: “el cambio climático es la mayor estafa científica de la historia”. Y sobre el calentamiento: “decir hoy que hace mucho calor y que el nivel de CO2 es demasiado elevado, va contra la verdad”.
Séptimo, Si la ecología es una ciencia, el ecologismo un movimiento sociopolítico, el ecólogo un especialista en ecología y el ecologista un partidario del ecologismo, parece que es mucho más serio ser un modesto aprendiz de ecólogo que un intransigente ecologista. Para entendernos: ecólogo es a ecologista lo que cartero a carterista.
En todo caso, parece que sería conveniente estudiar a fondo la incidencia del ser humano en el medio ambiente, pero también la influencia de la actividad solar en el cambio climático, para tomar medidas eficaces y distintas a las actuales. En ese sentido, es una magnífica noticia el compromiso en Glasgow de más de cien países de frenar y revertir la deforestación porque supone un gran paso en la protección de los bosques (donde por cierto, sin CO2 no crecería ni una hoja). Ahora solo falta que se cumpla, porque no nos podemos pasar la vida pensando lo que va a suceder en vez de decidir lo que tenemos que hacer. Pero lo que es evidente es que no estamos ante un tema ideológico, sino una cuestión técnica y como tal hay que tratarla.
