Miércoles 10 de noviembre, ocho de la tarde, un frío que amenaza helada en un pueblo de la provincia de Segovia. Por norma general, es hora de que sus habitantes tornen a sus casas a descansar. Sin embargo, en una zona de esta villa se concentra una gran cantidad de personas que se presta a compartir un evento deportivo. Es Nava de la Asunción y el acontecimiento es el partido de la liga ASOBAL contra el Club Balonmano Granollers.
Entre los aficionados se ha creado una gran expectación, el equipo visitante es el último conjunto que ha ganado al todopoderoso Barcelona después de varios años de imbatibilidad de este. Las gradas del pabellón presentan un lleno y la charanga anima con sus cánticos y fanfarrias en un partido que se disputa con la máxima igualdad. Se llega al descanso, empate en el marcador. Los espectadores se mueven de sus asientos y algunos salen al exterior a fumarse un cigarro o simplemente a respirar un aire cada vez más frío.
Lo que se ve en los exteriores del pabellón es algo inusual. En una cancha descubierta, unos veinte niños y niñas, de entre 8 y 11 años, algunos con sus abrigos puestos, participan de un partido de balonmano que espontáneamente han organizado. No hay árbitros, no hay monitores y sin embargo no hay problemas para que el juego fluya. Chicos y chicas mezclados, algunos con una técnica muy depurada, respetando las reglas y disfrutando de lo que, parece, es su deporte preferido.
Para estos jóvenes el partido del equipo que representa a su pueblo también es un día de fiesta. Seguro que antes han hecho sus deberes escolares o, incluso, han entrenado con su equipo; pero hoy van a disfrutar de lo que más les gusta y les une, ir al pabellón a ver a sus ídolos.
