Si el deporte forma parte de la educación del individuo, su desarrollo y organización deberían ser coherentes con el sistema educativo del país en que se produce.
En nuestra querida España, para empezar, la coherencia de base es absoluta entre cómo están montados uno y otro: el deporte formativo queda en manos de clubes privados, al margen de la escuela.
Digo que es coherente, teniendo en cuenta que en el sistema educativo español es prioritario ‘cuidar’ al alumno para que no se disguste y no se frustre, y evitar así trastornos irreversibles a la criatura por no aprobar el curso, aunque no haya dado ni chapa. El deporte, por supuesto, debe caminar al margen de esta lógica por la sencilla razón de que su práctica provoca disgustos y frustraciones con frecuencia inusitada. Incluso si no compites. Por tanto, es coherente que camine al margen de la escuela.
Por tanto, en el sistema actual de desarrollo del deporte como parte inseparable de la educación del individuo, tenemos tres opciones: una, seguir como hasta ahora; otra, integrar el deporte en la lógica actual del sistema educativo, donde el equipo que pierde un partido, a su vez pueda ganarlo aunque haya metido menos goles o haya quedado último en la carrera para que sus componentes no se frustren (no lo veo); y la tercera, adaptar el sistema educativo a la exigencia, el trabajo, el esfuerzo y el sacrificio, con la intención de mejorar día a día como personas (no lo ven. Los responsables de legislar el sistema educativo, digo).
Desde luego, competir no es cooperar, pero tampoco creo que tenga connotaciones negativas. Rivalizar, sí.
