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Ocultación de los muertos y banalización de la muerte

por Ángel Galindo García
31 de octubre de 2021
ANGEL GALINDO
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Ena, la serie Woke

No sois para él lo que él es para vosotros

¡Oye tú, no te acerques demasiado! (Recordando a Jorge Ilegal)

Leo en la prensa de esta semana que salen a “la venta las entradas para participar en las visitas guiadas de tiempo de Ánimas. La nueva edición ofrece originales visitas guiadas a los sótanos del Alcázar, el cementerio, las iglesias románicas o la Segovia del crimen”. Se trata de descubrir desde una temática funeraria otra forma de ver el patrimonio histórico y cultural de la ciudad. Originales visitas guiadas, música, teatro de títeres y una oferta gastronómica: para “llenar de vida la ciudad, atraer flujos turísticos y aumentar las pernoctaciones durante el próximo puente. Estas visitas guidas tienen una tarifa de 10 euros”.

Con claridad meridiana manifiestan tener un fin turístico y económico para la ciudad desde una temática funeraria y en un tiempo en que muchos ciudadanos rezan por los difuntos y en muchos casos no han terminado de vivir el luto y el duelo por sus difuntos, desaparecidos a causa de la pandemia. Me permiten los lectores que, sin extrapolar la noticia y sin negar el derecho de la ciudad a hacer negocio, la relacione con el hecho religioso de la fiesta de los difuntos.

Durante varias décadas nos han privado a los ciudadanos de poder contemplar funerarias por las calles, entierros públicos y han prohibido a los niños y jóvenes ver la muerte. Esta costumbre impuesta ha sido el inicio del comportamiento de las autoridades españolas de no dar a conocer por televisión los féretros de los muertos por la pandemia y la prohibición de acompañar a los familiares en los umbrales de la muerte haciendo que murieran en plena soledad. Han promovido la deshumanización de la muerte. De aquellos polvos llegan estos lodos.

Al privar de acompañamiento a miles de muertos ocasionados por el coronavirus, a estas autoridades les ha faltado diligencia para evitar la muerte que Sancho temía cuando tomó posesión de su ínsula en la segunda parte de El Quijote: “una muerte adminícula y pésima”. Si no se hizo entonces a nivel estatal, las autoridades locales podrían en estos días favorecer el culto a los difuntos, permitiendo también celebrar misa u otro acto religioso en el cementerio.

Todo esto huele a banalización. Como contrapunto, miles de personas, toda una generación de ancianos, han muerto solos, desconectados de apoyo emocional, familiar o espiritual. Ni siguiera en este tiempo se los recuerda públicamente pero se promociona el ser simplemente espectadores de los restos de la muerte. Sancho, como la mayor parte juiciosa de este país, tememos “una muerte adminícula y pésima”.

A la hora de realizar un balance retrospectivo, las autoridades socio-sanitarias dieron muestra de insensibilidad dolosa ante el proceso de morir. Hemos visto cómo los representantes políticos han tenido que ceder a la presión de una sociedad civil que les ha recordado que los muertos no son cifras o datos, sino rostros, redes de relaciones e historias de vida. La normativa redactada y la forma de gestionar el final de la vida en los pacientes hospitalizados o institucionalizados han mostrado la deshumanización política y administrativa de la muerte.

Toda ésta parafernalia turística en torno a la muerte se convierte en una bofetada para quienes han sufrido las consecuencias terribles de la muerte de un familiar. Con esto las autoridades han perdido otra oportunidad en el día de los difuntos de homenajear religiosa o civilmente a una generación de personas que nos han dejado como consecuencia de la pandemia.

La fiesta de todos los santos y la fiesta de los difuntos es un tiempo para recordar lo mejor de las personas que nos dejaron y para hacer memoria cariñosa de sus vidas. Los creyentes, además, para rezar por ellos y encomendarles en la iglesia o en el cementerio. Y todos los que sentimos su partida de entre nosotros, para vivir el proceso de duelo con dignidad. Mientras algunos contemplan la muerte desde fuera, no se debe impedir celebrarles religiosa y públicamente en el cementerio. Es un deber de justicia y gratitud.

La sociedad que olvida a sus muertos o los oculta a las generaciones jóvenes terminará, como puede verse en la historia, marginando a los vivos y ocultándoles el sentido de la vida convirtiendo la muerte en un objeto de turismo. Una vez más se cumple el adagio popular: el muerto al hoyo y el vivo al bollo.

——
(*) Catedrático emérito.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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