Seguro que muchos leyeron no hace muchos días un artículo escrito por el afamado periodista Alfredo Relaño en el que afirmaba que el fútbol se está acercando al baloncesto en cuanto a que aquél imita las novedades que éste ofrece. Explica que las reglas se retocan ‘desprejuiciadamante’ para resolver problemas no detectados, creándose otros que antes no había.
Por supuesto, no es mi intención llevar la contraria a quien es un referente de opinión, pero sí cuestionar algunas de sus afirmaciones. Por ejemplo, en el caso de las estadísticas, tan controvertidas en algunos casos, pueden ofrecer información muy sustancial para aprovecharla en beneficio de los entrenadores; o en la utilización de los medios tecnológicos, que quitan en muchos casos la autoridad a los propios árbitros, pero pueden resolver situaciones determinantes.
Un deporte se enriquece a sí mismo cuando los propios practicantes demandan nuevas normas para conseguir la equidad a la hora de conseguir sus objetivos. Así, entre otras situaciones que no son propias de la dinámica del fútbol, los jugadores saben cuándo hay que perder tiempo en tirar una falta, un saque de esquina o fingir una lesión si el resultado les favorece; o bien el árbitro alarga más o menos el tiempo de juego en función de un criterio estimativo. Por otro lado, el juego se hace ‘perezoso’ y a veces aburrido por el exceso de toques de balón, los pases hacia atrás y las estrategias ultradefensivas de muchos equipos.
El caso es que incorporar reglas que dinamicen la manera de jugar a este deporte puede resultar atractivo tanto a los que lo practican como a los que lo presencian. Es el momento del cambio, si no quiere dejar de ser el deporte ‘rey’.
