Entre los años 1973 y 1976, como una aventura más de tipo editorial, mantuvimos mi finado amigo José Huertas Monedero y yo, con la inestimable colaboración del fotógrafo José María Heredero, una revista anual que durante esos cuatro años sacamos cada mes de junio, bajo el título ‘Segovia en fiestas’. La publicación contó con todas las numerosas gestiones y permisos que en aquellas épocas había que realizar para editar una publicación (no estaban exentas de tanto protocolo ni las cuartillas que se repartían con publicidad de películas, etc.), y en ella, con portadas a todo color, las páginas centrales iban dedicadas a incluir los diversos festejos del programa oficial de las Ferias y Fiestas de San Juan y San Pedro; el resto, hasta las 40 páginas en papel cuché, lo ocupaban algunos anuncios y reportajes que con mi firma incluí sobre la Catedral y los monasterios de El Parral, San Vicente el Real y San Antonio el Real; estos últimos contando con los debidos permisos de autoridades religiosas y superiores o abadesas de los monasterios para poder traspasar los límites de la clausura y así contar y describir contenidos artísticos, ornamentales y monumentales de cada convento que no estaban al alcance de los visitantes.
Empecé por conocer la existencia de varios pozos, sobre algunos de los cuales seguimos pasando sin conocer su existencia
En el último número que publicamos dediqué el texto a la Catedral, destacando, más concretamente, cosas de nuestro primer templo que tampoco estaban —muchas siguen sin estarlo— al alcance de la curiosidad de los visitantes. Siguiendo las indicaciones de uno de los sacristanes, Valentín Arahuetes, empecé por conocer la existencia de varios pozos, sobre algunos de los cuales seguimos pasando sin conocer su existencia. Junto al pozo existente en el centro del jardín del claustro, con brocal de piedra, los ocultos son: uno incrustado en la pared que separa las capillas de San Pedro y San Ildefonso, parte de cuyo brocal puede verse a la izquierda de la primera capilla citada; los otros dos, en los pavimentos de las naves, perfectamente disimulados por las losas, con sendas argollas bien incrustadas (y decía entonces que posiblemente nunca se abrieron); uno de ellos a corta distancia del púlpito, cerca de la verja de la Vía Sacra, y el otro frente a la capilla de San Blas, por la que se accede a la torre.
Después de describir también la subida a dicha torre, detalles del coro, del claustro, sala capitular, etc., citaba la bajada, en la capilla de Santiago, mediante quince escalones, a una pequeña cripta, dividida en dos salas, en las que en aquel momento había restos de imágenes y pinturas, así como unos cestos llenos de pequeños recipientes de barro que fueron utilizados para iluminación con velas antes de llegar la luz eléctrica.
En cuanto a mi recorrido por las alturas, me permito reproducir para curiosidad del paciente lector, la descripción que hacía en aquel 1976:
“La capilla de la Concepción es la primera, a la izquierda, entrando por la puerta del enlosado. En ella hay una puerta que da acceso a la escalera que permite la subida a las galerías altas del templo. Una escalera de caracol, amplia, de algo más de un metro de anchura, con pasamanos de piedra incrustado en la pared. Sesenta escalones nos llevan a la primera galería o corredor, que prácticamente rodea todo el interior del templo, aunque en determinados puntos y para poder continuar el paso sea preciso atravesar unas estrechas puertas que acceden a los desvanes, en los que enormes vigas de madera sostienen la armadura. Una galería del fondo, sobre la puerta del Perdón, tiene casi un metro de ancho, pero más estrechas son las laterales, que permiten llegar hasta el altar mayor. La barandilla, de afiligranados calados, tiene 1,30 metros de altura. En algunos tramos, especialmente desde la puerta de San Frutos a la de San Jeroteo, hay que caminar de costado. Las galerías de los tres pisos son similares, y en ciertos espacios hay que salir a las bóvedas para regresar por otras puertas al interior. Desde la primera galería, 33 escalones más estrechos llevan a la segunda, y otros 50 a la tercera, todas de caracol. Por varias de las puertas que se encuentran al paso se puede acceder al exterior y contemplar el extraordinario sistema de desagües mediante los canales trazados en las piedras, tanto en sentido horizontal como vertical, porque en cada una de las agujas hay también hendiduras trazadas para recoger el agua y encauzarla de forma que tenga fácil salida. Estas admirables canalizaciones llevan el agua a las numerosas gárgolas con figuras de cabezas de animales que la vierten a la calle”.
Sobre la citada puerta de San Jeroteo estaban entonces las tres imágenes —Cristo, María y San Juan—que muy acertadamente se trasladaron hace pocos años a una de las paredes de acceso a la capilla del Sagrario. Mencionaba en el artículo el mal estado en que se encontraban y la conveniencia de ser restauradas y ubicadas en lugar de más fácil contemplación.
Aunque hoy se organizan visitas guiadas, la mayoría de ellas es imposible que accedan a algunos de los espacios descritos, dada la dificultad e incluso peligro que ofrecen para caminar.
