Esa es la principal duda que tendrá que despejar el lector que se acerque a la última novela de Francisco Egido, periodista afincado en Madrid pero con raíces segovianas. A uno le parece que ‘El Blasón de la Reina‘ está pasando injustamente inadvertido entre nosotros. Quien haya tenido la fortuna de acercarse hasta sus páginas estoy seguro que si es segoviano, se habrá llevado una grata sorpresa ante el protagonismo que el autor otorga a Segovia en el desarrollo de la trama. Desde el pueblo de Muñoveros hasta el Monasterio del Parral; desde la plaza de la Merced a la iglesia de San Miguel; o desde el solar de la explanada del Alcázar, en donde antaño se ubicaba la primera catedral románica, a las numerosas callejuelas del casco antiguo, subsuelo incluido. Todo ello sirve para constituir el escenario monumental que soporta el desarrollo escénico de la obra.
Sin destripar su contenido y resistiéndome a utilizar el anglicismo para definir esta acción últimamente tan en boga, la novela tiene como argumento central una fantasía histórica, hábilmente utilizada por el autor en el que se imagina a Juan Bravo recibiendo la enseña de la reina Juana de sus propias manos, como símbolo de reconocimiento y apoyo a la causa iniciada por los Comuneros contra su hijo, el Emperador Carlos V.
Poco más pensamos decir del contenido de la novela, quien quiera saber más ya sabe lo que tiene que hacer: adquirir un ejemplar del libro y sumergirse en su lectura contribuyendo al tiempo con una causa justa, puesto que los beneficios comerciales de la obra ha decidido Francisco Egido que vayan a ser destinados a Cáritas. Lectura, que no resulta difícil de seguir por estar muy bien escrita, con un lenguaje ameno y con una trama perfectamente estructurada, lo que permite al lector introducirse desde las primeras páginas en el entramado de la novela y poder ser leída en un corto espacio de tiempo, atrapado por el ritmo trepidante en el que se ve envuelto desde el principio.
Para analizar en su justo término ‘El Blasón de Reina’, es importante recordar la diferencia que debe existir entre una novela basada en hechos históricos y un relato histórico novelado. En este último, el autor, historiador y divulgador, pretende acercar el conocimiento de unos hechos al gran público de forma más asequible, pero sabiendo que no puede introducir ningún dato que no sea cierto. Solo le está permitido utilizar su imaginación más allá de los recursos literarios que pueda y sepa aplicar. Cosa esta que no ha de tener en cuenta el novelista, que puede adentrarse en los vericuetos de la historia para construir a partir de ella el suelo argumental de su obra, pero permitiéndole e incluso exigiéndole que dé rienda suelta a su imaginación y a su creatividad literaria sin ceñirse por completo a la veracidad histórica. Esta dicotomía entre ficción y ciencia aparece también reflejada en la obra y sirve de acicate al argumento de la misma.
En este sentido, el mejor elogio que se me ocurre para El Blasón de la Reina, es que en ella se mezclan con maestría ambas posibilidades, haciéndole dudar al lector donde acaba la novela y donde comienza el relato histórico: “historias que empezaron siendo mías acabaron siendo de millones de personas que además, según las iban leyendo las enriquecían con puntos de vista y perspectivas que yo nunca hubiera imaginado. Esa es la magia de la escritura”. Esta defensa de la ficción es puesta por el autor en la boca del protagonista: su alter ego, el afamado escritor que desesperadamente inicia la búsqueda del blasón para escribir a su vez su mejor novela documentada, dentro de la propia novela de Egido.
A la confusión entre novela y relato contribuye la gran cantidad de datos verídicos que se recogen en el texto junto con otros que solamente lo son en apariencia, pero que en realidad son fruto de la potente imaginación de su autor. Hay que ser muy avezado en el conocimiento de la historia y especialmente en la de Segovia para distinguir el grano de la verdad histórica con la paja de la fantasía. La consecuencia final es que el lector acaba por sucumbir al ritmo frenético del texto y no quiere perder tiempo en diferenciar el uno de la otra: cuando termine el libro ya procurare resolver estas dudas, ahora solo quiero seguir leyendo y resolver cuanto antes la existencia del anhelado blasón real. ¿Será en la vieja ciudad castellana donde permanezca escondido?
Con más calma, puede que no resulte extraño contemplar por las calles de Segovia a personas con el libro de Egido entre las manos, pretendiendo identificar y seguir los itinerarios urbanos que aparecen en la novela. Podría ser esta otra forma alternativa de potenciar nuestro turismo y que ‘El Blasón de la Reina‘ acabe vendiéndose en el centro de recepción de visitantes, al píe del Acueducto, junto a otros folletos ilustrativos y como un atractivo más de la ciudad.
