Es imposible hablar de Capablanca, sin citar a su rival, Alexander Alekhine, que le arrebató el título de Campeón de Mundo, pese al halo de invencibilidad del cubano.
Nació en Moscú en 1892, en una familia relacionada con el Zar Nicolás II. Con 16 años ya era Gran Maestro, título logrado en San Petersburgo donde dejó ver ya un estilo de juego que preludiaba el actual. Agresividad, crítica, precisión y profundidad en sus planteamientos hicieron de él un modelo que a lo largo del siglo XX fue elogiado por Karpov o Fischer. Savielly Tartakower dijo de él que “si el ajedrez es un arte, el mejor es Alekhine” con su genio creativo, su amor a la belleza y el riesgo de cada jugada.
Por sus orígenes lo habría tenido todo, pero la época en la que vivió se lo arrebató muy pronto. La vida social y la pasión por la política de sus padres le dejaron en manos de su abuela, su maestra, su talento salió a la luz en el ajedrez por correspondencia.
La 1ª Guerra Mundial le sorprende en Mannheim, Alemania, es detenido e intercambiado con otros prisioneros. De prisionero de guerra pasa a ser represaliado político. La Revolución Rusa le alcanza en Moscú y ve como todas sus posesiones son confiscadas. Detenido por burgués, cuenta la leyenda, que el propio Trotski le visitó en la cárcel, jugó con él y terminó por liberarle, siendo contratado como traductor por los bolcheviques.
No queda claro como salió de Rusia y durante años se le consideró un traidor a su patria. Hoy en día se sabe que contó con visado y, tras casarse, se instaló en Paris logrando la nacionalidad francesa. Dedicó parte de los años 20 a doctorarse en la Sorbona y, aunque se le conoce como el Doctor Alekhine, no se ha llegado a comprobar nunca si leyó la tesis o no.
Es en estos años se enfrenta a sus grandes rivales que le convertirán en leyenda, pero esto, junto a su enigmática muerte, son temas que dejamos para la semana que viene.
