El Registro de propiedad de los linderos de El Alcázar
Para más saber y conocer. Existía en 1846 en el Registro de la Propiedad la escritura de un edificio denominado ‘Alcázar y sus parques’. A través de él se conoce que el Ayuntamiento de la Ciudad vende al Colegio Militar de Artillería ‘una posesión baldía inútil que desde el Colegio de Caballeros Cadetes de Artillería, sube lindando con el arroyo Clamores hasta el fin de la Plazuela del mismo Alcázar’.
De la escritura se deduce que el parque sur que rodea el Alcázar, lugar por donde circula el Clamores, era pertenencia del Estado y el Ayuntamiento lo tenía en usufructo, ejerciendo sobre el lugar servidumbre de paso. Una vez ‘estudiada’ la referida escritura, el Ayuntamiento reconoce el absoluto dominio del Parque y lo reintegra al Ramo de la Guerra. El dominio se extiende desde la entrada del Parque del Alcázar hasta el arroyo Clamores, quedando como tal inscrito en el Registro en mayo de 1913, a favor del Estado.
Las tragedias del arroyo
Todo cauce, por manso que fuere, tiene sus días malos. Son esas fechas que quedan grabadas en la mente ciudadana por su violencia. Al protagonista de este relato le ocurrió en pocas ocasiones, pero cuando llegó ese momento….
El desmadre mayor, del que la historia ha dejado su relato (por excelente y pormenorizado el de Juan Antonio Marín, en Estudios Segovianos), se remonta al 23 de junio del año 1737. Murieron nueve personas al ser arrastradas por las bravas y crecidísimas aguas del arroyo. Al respecto relato lo descrito por el Padre José Esteban Noriega, recogido por Francisco Benito Colodro, Arcediano de Segovia, en ‘La Pecadora Arrepentida’, pág. 509: ‘Estando yo en Segovia viví la inundación del arrabal ( Santa Eulalia) por el arroyo que llaman Clamores. Y vi bajar sobre el agua una mujer ahogada que llevaba un manteo verde. El agua a su paso fue arruinando muchas casas’.
El citado arrabal junto al de San Millán fueron los más perjudicados. Cerca de 300 casas y más de 200 familias del arrabal se vieron afectadas. La mitad quedaron inservibles. De ellas se llevó la riada todos los medios de vida de sus habitantes. Los daños se estimaron en mas de 500.000 ducados.
De la inundación producida por desbordamiento el 5 de junio de 1853 se describe cómo las aguas bajaron con fuerza desde la Dehesa, ‘desbordaron los puentes del Cañamón y Caño Grande e inundaron las casas de la calle de Cantarranas. El puente del Verdugo no pudo resistir el embate y se derrumbó; las dos huertas tituladas del Juego de Pelota han quedado enteramente arrasadas en su cauces la corriente, ha quedado cubierto con infinitos carros de escombro y arenas sobre las tablas de hortaliza’.
La inundación producida por la tormenta de agosto de 1981 fue detallada al máximo por El Adelantado de Segovia de 7 de agosto. Si bien la riada causó numerosos daños, los mayores perjuicios se centraron en la actual plaza de Somorrostro, Santa Eulalia) y en la plaza del Doctor Gila, San Millán, ‘donde varios vehículos entraron en flotación y se acumularon, chocando entre sí y contra los obstáculos. También se recordará por la inundación abrió un boquete junto a una de las aulas prefabricadas, que entonces había en la zona conocida como polígono de San Millan’.
De la iglesia de Santa Eulalia también ‘sacó’ y se llevó la tremenda riada, libros de la Devoción del ‘Cristo de la Esperanza’. Que meses después sacaban en procesión los Jesuitas.
Hecho trágico y luctuoso también, el ocurrido en diciembre de 1863, cuando un niño de cinco años pereció ahogado. En esa fecha el arroyo, sin salirse de madre, venía crecido. El lugar, la pradera situada al lado de la Fábrica de Papel de fumar, y otros, junto a la calle de la Marrana (ahora Independencia). Las madres de familia tendían la ropa que habían lavado en el río. De pronto, una de ellas no vio al niño a su lado. Los gritos, al no encontrarlo, fueron escuchados por los trabajadores de la fábrica que salieron prestos a la búsqueda. Minutos después el cuerpo del pequeño, río abajo, fue encontrado sin vida.
Otros desastres propició el arroyo, pese a que sus aguas no discurren ya ‘a flor de piel’. El último hace un par de años en el colector de San Millán (27/72019) junto a Santi Spíritu, con un ‘socavón’ que dejó tiritando alguna de las viviendas del lugar. Se invirtieron 600.000 euros en tapar el desastre. Sin duda, el Clamores y San Millán han tenido a lo largo de la historia una relación de ‘amor/odio’. El arrabal encontró beneficios en el río, pero también sufrió sus malos olores y ‘humores’, como gran parte de la ciudad.
El Clamores colabora en la fuga de presos
Lunes, 5 de abril de 1976. Siendo ministro de Justicia -reinado de Juan Carlos I-, Antonio Garrigues y Díaz-Cañabate, en la cárcel de Segovia, construida en 1925, daba la impresión de que nada alteraba el ‘confort’ de los presos. Paseo por el patio, hora de comida, pequeña siesta y recuento de la tarde/noche. Aquí, justamente aquí, el colectivo de funcionarios de servicio no podía creerse lo que estaba sucediendo. La suma del total de presos daba ¡29! menos. Eran demasiadas ausencias para equivocarse ¿Cómo era posible que de la tranquila prisión de Segovia se hubiera producido una fuga?
Había sucedido. Se había planificado una ‘marcha’ masiva. A lo largo de tres meses los que querían escapar –máxima de todo preso-, planificaron la evasión. Abrieron un túnel de de 850 metros de longitud y aprovechando el colector del Clamores (2,50 m. altura y 2 de ancho) por el que recorrieron 450 metros, su salida se produjo en el Puente de Valdevilla. Lugar en el que uno de los barrotes redondos de la reja de hierro del final recorrido había sido cortado, de manera evidente, desde fuera.
En total fueron 29 los evadidos. 24 pertenecientes a la banda de ETA y 5 al FRAP catalán. Solo cuatro consiguieron su propósito final. El chivatazo de un ‘compañero’ de los evadidos alertó de la fuga, lo que permitió conocer el mapa que habían elaborado.
De y sobre el tema ‘clamores’ se podría decir más. Pero, simplemente, en algún momento tenía el que escribe cortar. Ya.
Confidencial Pequeña historia de un gran nogal
El Mierdero. Con ese nombre conocían/conocíamos los habitantes de San Marcos al Clamores. Lugar donde dejaba toda la basura que recogía y la mezclaba con las ‘limpias’ aguas del Eresma. Bien, pues… justo en ese final de la unión de ambos cauces, había un gran nogal —pegado a la roca, en la primera oquedad bajo la Cuesta de los Hoyos—, de cuyo fruto comenzamos a conocer el sabor de las nueces los chicos, y menos chicos, del barrio.
Había quienes, inquietos ellos (o nosotros), gateaban por el tronco central del árbol, para descender con los bolsillos del pantalón repletos del fruto. Otros, pie en suelo y vara larga, dábamos zurriagazos (entiéndase por varear) a las ramas para, cual recogida de la aceituna, recoger del suelo las que habían caído.
Nuestras madres —las que acudían al río para lavar la ropa y regresaban con ronchas increíbles en las manos por el frío—, no veían con buenos ojos —protectoras siempre—, el que subiéramos al árbol. Situación nada fácil de ocultar, pues…
No sé cuantas personas de las que lean estas líneas habrán intentado separar de la nuez del verde caparazón que la cubre y, además, hacerlo sobre una piedra y machacando con otra ¡tela! Las manos, una vez acabada la faena, se tornaba de color oscuro. Para que aquello se quitara –teniendo en consideración que ‘mejunjes’ de limpieza tan sofisticados como los de ahora no existían-, la solución era acudir a las cuevas del lugar y con la arena de la roca descompuesta frotar hasta donde se podía.
Posteriormente se intentaba aclaraban las manos con agua de los chorros del pilón de La Fuencisla, mas siempre quedaban restos para que la inspección de las madres —monográfica y estructurada—, descubriera lo que el hijo no quería.
Corolario: dejo constancia que también para los ‘cacharros’ de cocinar —incluidas sartenes y su grasa acumulada—, se utilizaba la arena de roca descompuesta esparcida con estropajo de esparto. Una vez aclarados los utensilios de cocinar, estos recibían el jabón –hecho en las casas con aceites ya utilizados para freír, sebo y sosa caústica-, rematada la faena, con mucho cuidado de que no saltara la sosa, dando vueltas —aquello era interminable— con un palo, hasta que cuajaba.
Bueno, pues… con la cubrición del arroyo, sin que para ello ‘molestara’ el nogal, este desapareció en la década de los 60. El árbol había servido, año tras año, para que muchos vecinos (puede que todos) del más pequeño de los arrabales de Segovia, tuvieran ocasión de conocer el sabor de la nuez. El producto no era barato, y, por ello, difícil de adquirir con los bajos salarios de la ‘larga noche’, por lo que no era presentado en nuestras mesas.
Con la aquiescencia de quien leyere, insertó una pequeña estrofa de un cantar peruano, que hilvana la referencia:
‘Vamos al monte, hermanito
A cortar un arbolito
Porque la noche es serena…’
——
(7) El actual puente de La Fuencisla sobre el Eresma se construyó en el siglo XIX, cuando se realizó la desviación del cauce del río.
