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El Henar, búsqueda de identidad

por Ángel Galindo García
8 de agosto de 2021
ANGEL GALINDO
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A diferencia de la cultura tecnológica y economicista, las culturas imbuidas de un espíritu contemplativo y cristiano han sabido permeabilizar cada vez más el entorno natural, haciéndolo más diáfano y más transparente al misterio. Se han convertido así en antesala del ecologismo. Ejemplo de ello es la simbiosis existente entre el monasterio medieval y su entorno natural. En el santuario de El Henar se da una sintonía entre lo natural y lo técnico de las construcciones, de su santuario, de su templo y de la fuente del cirio, signo de la luz. Hoy, es frecuente la búsqueda voluntaria por parte de muchos de lugares de descanso y de contemplación en torno a monasterios, hospederías y santuarios.

Pero la fuerza que empuja hoy a muchos hacia el santuario tiene algo que ver también con el fenómeno moderno de la movilidad. Es decir, la movilidad propia de una sociedad industrial, que impulsa a las gentes a desplazarse por razones de trabajo y similares, hace a la vez sentir la sed de recordar y plantear el problema de los orígenes y de la raíz de cada persona en búsqueda de la identidad individual y grupal. El santuario en medio de estas fluctuaciones sociales se convierte en referencia y símbolo de identidad.

Para el emigrante que retorna a su patria chica, la visita al santuario de su tierra es acto obligado y fundamental de su reencuentro con la propia identidad, las propias raíces y la propia tradición familiar. Por ello, entendemos la “identidad” como una manifestación de pertenencia.

Según esto, es el pueblo el que pertenece al santuario o al lugar religioso, de manera que el que viene de fuera no impone sus reglas sino que acepta y se acoge a las de aquel. Se puede deducir que uno de los fines y funciones de los santuarios es de ayudar a reencontrar la pertenencia auto-definitoria del pueblo, bien sea marcando las diferencias con los foráneos, los de fuera, bien sea congregando y reuniendo a los miembros dispersos del mismo grupo.

Los santos y los patronos de los pueblos, las procesiones y romerías operan como poderosos símbolos locales que definen quien es miembro de la comunidad y quien no lo es. Tal es así que, en muchos casos, la búsqueda del lugar de presencia del santo o de la imagen del patrón ha sido origen de discordias para recuperar la imagen, incluso es frecuente que las celebraciones de las fiestas sea la ocasión para que los vecinos de un pueblo se solidaricen frente a los del otro.

Asimismo, la antropología nos dice que la romería y la fiesta son algo más que la reavivación de un mito o cuestión de límites. Es ante todo la escenificación solidaria de un pueblo. Durante la fiesta el pueblo se convierte en un gran teatro ritual, celebrado en espacios nobles, como la pradera, la plaza, las calles, el templo, el santuario, etc. Los vecinos son los autores y todos son miembros activos del festejo y de la comparsa. Por esta razón, cuando el que viene de fuera quiere romper el ritmo festivo de los residentes se crea tensión y rechazo.

En este ámbito de respeto de la pertenencia al santuario, descubrimos en la Sagrada Escritura que Jesús de Nazaret hacía crítica del santuario; una crítica dirigida, en primer lugar, a desenmascarar todos los abusos que nacen a su sombra para explotar al pobre; y, en segundo lugar, a relativizar toda absolutización del “statu quo” judío oficial. Jesús trae consigo un “rebasamiento”, un trascendimiento del templo judío y, a través de él, de todo lugar sagrado. Se trata de abrir puertas a todos los hombres sin discriminaciones ni purismos étnicos, religiosos, ritualistas, e incluso económicos (no podéis hacer del templo ‘una cueva de ladrones’, etc).

La Iglesia tiene su proceso de reconocimiento de los lugares sagrados y en concreto de los santuarios, ermitas, etc. La condición previa para que un lugar sagrado sea reconocido canónicamente como santuario diocesano es la aprobación del obispo diocesano. Esta aprobación es un reconocimiento oficial del lugar sagrado y de su finalidad específica, que es la de acoger peregrinaciones del pueblo de Dios que acude para profesar su fe o por otros motivos religiosos.
——
(*) Catedrático emérito.

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