Tenía 76 años cuando se lo diagnosticaron. Aún le quedaban muchas vivencias que guardar en su retina. Y nuevos nombres que aprender (los de sus bisnietos). El alzhéimer no pregunta: llega y, poco a poco, se apodera de tus recuerdos. Esto le ocurrió al padre de Isabel Miranda. Por aquel entonces, la desinformación reinaba en el universo de la enfermedad. Pero esto no fue del todo malo. Le dio impulso para, tiempo después, fundar la entidad desde la que evita que otros se conviertan en esa hija repleta de incertidumbre que un día fue: hace 24 años que preside la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer de Segovia (AFA).
“Se sabía que existía la enfermedad, pero no se sabía ni cómo atender a los enfermos”, lamenta Miranda. Ni siquiera conocían si tenía o no solución. Esto no solo “apenaba” a quienes, como ella, se dieron de bruces con el alzhéimer. También tenían que convivir con “la desorientación”: no estaban seguros de qué hacer. Fue así como se dio cuenta de que debía actuar.
Sentía la necesidad de unirse a un grupo de personas con la que compartía el mismo “problema” porque, como dice, “las cosas, cuando se ponen en común, se hacen más llevaderas”. Cuando habla de “problema” no se refiere a la enfermedad (la ha acabado aceptando), sino al desconocimiento que le impedía descubrir la forma de llevarla lo mejor posible.
Era consciente de que tenía que buscar una solución. Y así lo hizo. Miranda se convirtió en una de las fundadoras de AFA. “Tuve la suerte de que me tocara ser presidenta”, ironiza. Desde entonces sigue siéndolo. En todas las ocasiones que ha puesto su cargo a disposición, la han vuelto a escoger. Esto es buena señal.
Su pasión por involucrarse en la causa es tal que, cuando la asociación arrancó, la casa de Miranda se convirtió en la sede. Después, el Ayuntamiento “les dio un local”. Segovia, por desgracia, necesita esta ayuda. De hecho, incluso se está construyendo un nuevo centro de alzhéimer. Este trabajo “tan ilusionante” es su “mayor preocupación”. De ahí que aún conserve intactas las ganas de ayudar a los demás.
Su mayor satisfacción es comprobar que hace “un bien a esas personas”, no solo a los enfermos. Por experiencia propia, pone en el punto de mira a la familia. En su rostro ve reflejado el dolor al descubrir cómo el tiempo borra los recuerdos de quienes siempre estarán presentes en los suyos. Ella lo sufrió en su día. La presidenta de AFA ha aceptado que es una enfermedad sin cura, progresiva y demasiado larga y destructiva. “Tratas con una persona querida que te ha conocido y ha dado por ti la vida”, sostiene. Pero llega un momento en el que todo cambia: estos no saben “si eres su hija, su mujer o la señora de enfrente”, asegura.
El reloj de la segoviana nunca se para. Si hay algo que cree haber hecho bien ha sido poner todo su empeño en enderezar a las familias de los enfermos el camino que ella se encontró torcido hace años. Con ellos trabaja para que sobrelleven el golpe que le dan en forma de diagnóstico. Ahora es ella quien pide ayuda. Lo hace a los segovianos, a quienes solicita que colaboren en la construcción del nuevo centro de alzhéimer. “Espero que no se cansen de ayudar”, apunta. Ella no se ha cansado. Y lleva haciéndolo más de dos décadas.
