Este otoño se cumplirán 50 años del funcionamiento del edificio en el que se aloja actualmente el IES Catalina de Lancaster. Los mismos desde que se educan en él, juntos, chicas y chicos de todos los niveles socioeconómicos en esta Campiña segoviana. En este tiempo de tribulación, surge una excelente oportunidad para celebrar algo juntos, con alegría y orgullo: una pequeña comunidad educativa sigue resistiendo hasta ahora con dignidad, a pesar de los embates del éxodo rural y de los recortes económicos. No ha sido una historia simple la de este centro. Como un árbol se abre camino difícilmente en estos secos pizarrales y se aferra a duras penas a la piedra desprovista de nutrientes, así surgió y creció el Lancaster por los empeños y cuidados de las gentes del lugar en el cerro del Calvario (qué inoportuno referente desmotivador para los escolares).
No puedo expresar una emoción directamente relacionada con mis vivencias adolescentes, pero aquí están mis orígenes, terminé mi vida profesional en este centro y este año se celebra también el cincuentenario del instituto Ramón J. Sender de Fraga, donde me formé y que nació en circunstancias parecidas. Por el pequeño centro levantado a las afueras de la villa segoviana, han pasado hasta la fecha miles de jóvenes, presentes en todos los ámbitos de la vida cultural, social y económica de la provincia y más allá, y a los que invitamos por supuesto a esta celebración que hemos llamado “Rememora”. Para la ocasión se ha creado un símbolo que transforma nuestra imagen corporativa de cuatro flechas en una rosa de cinco pétalos que evoca la rosa roja de la casa de Lancaster. Cada pétalo es una flecha que retrocede y también un corazón, y simboliza el valor de los recuerdos alegres de juventud que guardamos de nuestros años en el instituto.
Como ha glosado Felipe Molinero, en su artículo de El Adelantado del día 13 de junio, Santa María tiene una larga tradición como lugar de educación, que se inicia ya en el siglo XV con el noviciado establecido en el mismo monasterio dominico que dio origen a la población. La desamortización puso fin al monasterio, pero los dominicos regresaron en 1903 y un año después reconvirtieron una antigua fábrica textil en un prestigioso colegio que funcionó durante el primer tercio del siglo XX y se cerró durante la segunda República. Volvió a abrirse en los años 50 hasta que fue vendido a la orden de la Saleta, que retomó las labores educativas en 1962 con el Colegio Apostólico. Desde entonces, los escolares de los lugares alejados de la villa se alojaban allí, lo que dio origen años más tarde a la Escuela Hogar de la Saleta, que ha cumplido su función residencial hasta 2018 y está, por desgracia, inactivo a día de hoy, como denuncia Molinero.
Las crecientes necesidades educativas de la clase media emergente de los años 60, iban más allá de la educación de las élites que se realizaba en los Institutos de las capitales provinciales o en centros privados. En el contexto de la Ley General de Educación de 1970 que establecía la EGB y el BUP, el Ministerio de Educación (MEC) inició la creación masiva de centros de secundaria estatales. Pero mientras tanto, empujado por demandas de la sociedad civil, utilizaron la fórmula del Colegio Libre Adoptado (CLA). Nuestras autoridades locales, animadas por iniciativas similares que se estaban produciendo en todo el país, comenzaron los trámites para crear así un centro comarcal (recordemos que en paralelo se producía la agrupación de entidades locales que hoy es Santa María): solicitaron permisos, elevaron peticiones y buscaron financiación y terrenos para construir el centro, uno de los más veteranos de la provincia.
El CLA de Enseñanza Media de Grado Elemental Municipal no solo se ubicó en el imponente edificio de la Saleta, sino que algunos frailes como los padres Gerardo, Eusiquio o Antonio, estuvieron presentes desde sus orígenes en 1968. Salvo las dos profesoras del MEC que establecía el decreto de creación (Vicenta Albornos, la primera directora, y su hermana Amparo, y un poco más tarde se incorporaría María Teresa Llorente, que tomaría el relevo en la dirección), el personal era pagado por el consistorio. En principio, dependía académicamente del Instituto Nacional de Enseñanza Media de Segovia: allí tenían que acudir los niños matriculados en el propio colegio a examinarse para que se les reconocieran sus estudios. Las niñas lo tenían que hacer por libre, y todos eran preparados con notable eficacia, por algunos maestros y maestras de la población como Sote Olmedillas, Lucinio Anaya, Jesús Vírseda o Eusebio García, algunos de los cuales eran colaboradores también del CLA. A partir del curso 69-70, los chicos se examinaban en el que pasó a denominarse Instituto Masculino Andrés Laguna, mientras que las chicas lo hacían en el Femenino.
Desde el principio, con el alcalde Pablo Tribiño y el secretario Pedro Illana a la cabeza, el ayuntamiento promovió la construcción del edificio actual, para el que ofreció terrenos municipales y llegó a hipotecar la antigua plaza de toros para financiar las obras. Acabadas estas, en Septiembre de 1971, se inauguró el centro, y, convertido en Centro Mixto, ya acogía juntos a chicos y chicas, que seguían dependiendo de los dos institutos de Segovia. Hoy la coeducación parece normal, aunque soplan vientos peligrosos y todavía queda mucho por hacer, pero recuperarla entonces fue un hecho memorable que sentó las bases de la igualdad real entre mujeres y hombres a la que aspira la inmensa mayoría de la sociedad española, y no está de más que insistamos en recordarlo, pues abrió la puerta a que muchas jóvenes se formaran para ser hoy mujeres relevantes de nuestra comunidad.
En 1975, a petición del alcalde Eusebio García, se le otorgó la clasificación provisional como Centro de Bachillerato Habilitado, con el nombre de la reina fundadora, y autorizado para impartir las nuevas enseñanzas del BUP. Desde el curso 1976-77, dependía académicamente del IB Mixto recién creado (luego Giner de los Ríos). En 1978, se convierte provisionalmente en Centro Homologado de BUP con 6 unidades y 240 puestos.
Desde ese momento, el Ayuntamiento, encabezado por la alcaldesa Carmen Muñoz, acometió un proceso de mejoras (renovación y dotación de laboratorios y biblioteca) para conseguir en 1980 la catalogación definitiva como Centro Homologado, que ampliaba a ocho unidades y 320 puestos su capacidad. Conseguida la homologación, se suscribió un convenio con el MEC por el que se ampliaba el número de profesores a cargo de los presupuestos estatales y se reducía al mínimo los remunerados por el Municipio, que a cambio se tenía que hacer cargo de dotación, mantenimiento y transporte. A partir de entonces, se redujeron también sustancialmente las cuotas que tenían que pagar los estudiantes en la anterior etapa.
Pero la situación económica establecida por el Convenio no debió de ser más ventajosa. Con los cambios legislativos en pleno proceso de Reforma de la educación, se propició la integración de los centros no estatales en la red pública. Durante el curso 1988-89, los problemas financieros del momento, que afectaron también al Ayuntamiento, llevaron a una situación precaria de las instalaciones, lo que condujo finalmente a que el MEC autorizara el cese de su carácter municipal. Tras el acuerdo alcanzado con la FEMP, el MEC transformó a los centros que no renovaron convenios en institutos o extensiones. Ese fue nuestro caso: convertidos en extensión del Giner de los Ríos en el curso 1989-90 y al curso siguiente en Instituto de Bachillerato, como entidad propia e independiente donde los alumnos podían cursar incluso el COU.
En 1996, el centro pasó a llamarse Instituto de Educación Secundaria, en virtud de la nueva ley educativa de 1990, la LOGSE, que establecía la Secundaria obligatoria (ESO) hasta los 16 y un nuevo Bachillerato de 2 años. Esto produjo un aumento de alumnado que obligó a ampliar el edificio con un ala nueva, inaugurada en el curso 2000-2001. El IES Catalina de Lancaster es en 2021 un instituto moderno, con la máxima certificación informática TIC5 y con premios y participaciones en programas innovadores pedagógicos, ambientales, de convivencia, de intercambios… gracias al empeño de las directivas y profesorado que han pasado por él.
Hoy más que ayer, el instituto cumple una función importantísima para fijar población en estas comarcas abandonadas, garantizando un servicio educativo de calidad a las familias jóvenes, que se aferran a su derecho a habitar esta tierra de su elección en condiciones dignas para ellos y sus descendientes, que podrán realizar aquí sus vidas y profesiones, gracias a las nuevas infraestructuras de transporte y comunicación, y tal vez a un nuevo enfoque de vida más acorde con una redistribución sostenible y equilibrada del territorio.
Por eso, no está de más aprovechar esta efeméride para recordar de dónde venimos, reivindicar el mantenimiento de los servicios esenciales para fijar población en la comarca, valorar el éxito y la calidad de un modelo de centro de dimensiones humanas y reconocer el esfuerzo de educadores, políticos y familias para mantener contra viento y marea este vivero de capital humano, necesario para sobrevivir en estas tierras. Y así, entre todos, seguiremos cuidando este pequeño pero fructífero y robusto árbol, que sobrevive tenazmente en este pizarral.
(*) Alberto Andrés Aguirre, exprofesor del IES Catalina de Lancaster.
