No solo el universo está en constante expansión, según nos dicen. También el ser vivo en esto que llaman primer mundo. En expansión de sus derechos, quiero decir. Y tanto se expanden que al final se produce una colisión de derechos como el que escribe tuvo la desdicha de verse inmerso.
La calle era de una anchura normal, con lo que quiera significar eso. Válida, eso seguro, para que varias personas en un sentido y otro pudieran caminar. Fruto de las medidas excepcionales por el Covid que se aprobaron, un restaurante (asturiano y agradable) en el ejercicio de su derecho saca mesas a la calle en donde los parroquianos toman aperitivo, comen y critican a alguno/a. Lo cierto es que en esos metros de fachada donde está la terraza llega la calle a hacerse muy angosta y hay una convivencia momentánea entre el viandante, el comensal, los camareros, el cachopo y las fabes con almejas que decoran la calle.
El que escribe caminaba en una dirección (con todo el derecho). La señora con el perro por la otra (también con todo el derecho). La pequeña terraza estaba llena y los camareros se esforzaban por dar el buen servicio acostumbrado. Pude ver toda la escena. El can decide detenerse justo en medio de la acera donde estaban las mesas. Al ser can de buen tamaño, y la señora no tanto, ganó el perro y allí se detuvo a pesar de los tirones de la señora que veía venir la tragedia. Y allí dejó su impronta; ya me entienden. Con catastróficas consecuencias. Todo el mundo lo vio pero nadie quiso mirar. La señora visiblemente azorada sacó las bolsitas negras y se abalanzó para recoger lo antes posible el cuerpo del delito. Los que comían apenas a un metro se pusieron a mirar los móviles o a hablar del gobierno; los camareros andaban tensos esquivando persona, animal y todo lo que había por en medio. Una fragancia conocida bailaba en aquel momento de caos contenido.
El perro, sentado, tranquilo, aliviado, miraba al infinito y dejaba hacer.
Está claro que según vamos superando hitos; hay que volver a eso que llamábamos normalidad para que no se produzcan estas colisiones de derechos. Quizá fue necesaria cierta laxitud en estos tiempos de peste y confusión, relajación de las normas en los meses difíciles para hacer la vida más llevadera pero los fundamentos no deben seguir extraviados.
Urge vacunar a la mayoría. Urge poner el país en marcha con seriedad y a funcionar a su mayor rendimiento, sin resaca alguna. Urge caminar en una dirección determinada con claridad, estar o no estar con los que deciden las cosas importantes del mundo
En general, se espera habilidad y astucia por parte de los gobiernos para ir saliendo de un tiempo de tanta excentricidad y excepcionalidad. Y hay que salir pronto porque si no empiezan a verse como normales las brigadas anti-botellón (la policía tiene misiones más importantes) y también toda clase de negacionismos de cualquier cosa, incluyendo el propio Covid, así como otros ‘ismos’ que llevan a fabular a algunos con fronteras nuevas, países nuevos, indultos, cualquier cosa.
Es este un tiempo de ‘buenismo militante‘ por el cual hay que suponer que brotará de todo contribuyente la buena acción y la buena intención. Y esta pandemia ha disparado la tolerancia de unos a costa de la paciencia de los otros. Pero sabemos que la bonhomía universal no es cierta. La tendencia a pasarse de la raya existe y eso vale para casi todos; el mal existe y llevado al último extremo (la perversión) es también cosa del ser humano y está ahí.
Urge vacunar a la mayoría. Urge poner el país en marcha con seriedad y a funcionar a su mayor rendimiento, sin resaca alguna. Urge caminar en una dirección determinada con claridad, estar o no estar con los que deciden las cosas importantes del mundo. De lo contrario, podemos caer en una mayor ‘insustancialidad internacional’ como la vivida en Bruselas hace unos días y que también puede tener catastróficas consecuencias.
