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O dentro, o fuera

por Julio Montero
16 de junio de 2021
JULIO MONTERO 1
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La historia no es maestra de la vida en el sentido que habitualmente piensa la gente, que por saber lo que pasó el historiador (curiosa profesión inseparable de la docencia) está en condiciones de adivinar, o poco menos, lo que pasará. Lo siento: no hay fórmula mágica que se explique en un máster. Ni siquiera en el doctorado.

Pero es tan verdad como lo anterior que el que no sabe historia (sea o no historiador de profesión) no sabe nada. Si no sabe historia de nada, no sabe nada de nada; si no sabe nada de historia de España, no sabe nada de España. En fin, esto del sentido práctico de la historia depende mucho del historiador. Entre nosotros abundan los escépticos: no hay nada nuevo bajo el sol y no hay modo de hacer previsión alguna sobre nada. Existen también los descubridores del mecanismo fundamental del avance de la historia que les pasa como a los fieles del fin del mundo a fecha fija: a lo ponen muy lejos o están cambiando continuamente sus cálculos por incumplimientos.

Otras gentes del gremio son modestamente hipotéticos. Suelen acertar (o lo hacen mucho al menos) en los hechos, en los procesos o incluso en los resultados más o menos a bulto; pero se equivocan casi siempre en el cuando (o prudentemente no se mojan). Ya se sabe, la historia funciona por siglos y los políticos se manejan en días.

A mi me gusta suponer que me encuentro en el último grupo y que algunas veces, sobre algunas cosas, tengo aciertos aproximados. Eso me convierte en un tipo que no se ganará nunca la vida como adivino, ni como asesor de ningún político: incluso aunque fuera importante (el político, claro).

Como todo el mundo que sabe historia conoce bien, la posición de los partidos de centro-centro en España no ha tenido éxito más que en momentos circunstanciales en nuestro panorama político a lo largo de los dos últimos siglos. Solo dos excepciones, que apenas cumplieron un quinquenio vivas como opción real: la Unión Liberal a mediados del XIX y la UCD de la Transición. Es verdad que la asimilación del centro se resuelve en su disgregación entre el centro derecha y el centro izquierda. Este proceso ya está en marcha y aunque inicialmente el beneficiario de esta disolución ha sido en Madrid el Partido Popular, no hay que desechar que algunos de sus dirigentes, especialmente los de mayor rango, se integren en el Partido Socialista.

En este proceso de liquidación del centro ha sido el socialismo quien hizo el movimiento inicial: las mociones de censura autonómicas. Y no obtuvo los frutos que esperaba, más bien lo contrario. Ahora se abre un nuevo proceso también necesario: el del reequilibrio de fuerzas de los dos grandes partidos. Para los socialistas hay expectativas buenas, pero que requerirán tiempo; probablemente más que a los populares. En nuestra historia contemporánea, los partidos con problemas internos los han resuelto desde la oposición, no desde el gobierno. Era la regla de oro durante la Restauración, pero también funcionó durante la Segunda República a nivel de coaliciones.

Los populares han de reducir espacio a Vox. Han de ser capaces de integrar lo integrable de esta derecha, que por mucho que se empeñen las izquierdas es mayoritariamente constitucionalista. No es una tarea fácil a corto plazo. Y tendrá sus dificultades a medio. Será un proceso aparentemente contradictorio que exigirá a la vez marcar distancias y mostrar similitudes. La mejor estrategia para el Partido Popular será descender a temas concretos y definir ahí posiciones tanto de semejanza como de diferencia. En el terreno de las grandes declaraciones de principios y de explosión de emociones llevarán siempre las de perder.

El Partido Socialista ha de hacer lo mismo con esa izquierda joven que se ha llevado por delante a la vieja izquierda teóricamente unida. La tarea tiene igualmente sus dificultades. La primera es que el populismo de Unidas Podemos parece en crisis, pero no inclinado hacia los socialistas. Estos tendrán que valorar su interés cuando dejen de ser necesarios como cemento en la coalición gobernante con los independentistas de diversa intensidad y geografía. Incluso la previsible ruptura de la actual unión circunstancial con independentistas en febrero de 2023, para volver a presentarse como partido constitucionalista y defensor de la unidad negociada de España (y traicionada por los independentistas) se ha estropeado.

El Covid ha roto estas previsiones. El desgaste en la gestión de la crisis ha sido brutal. La jugada de Cataluña le salió tan mal a Sánchez como a Rivera en los comicios anteriores: una mayoría relativa que no le da opción a nada. Sí: es el partido más votado; pero no gobernará nunca en Cataluña en la situación actual. Los independentistas que lo acepten habrán firmado su caída y ninguno de los dos lo hará. Ese fracaso presentado como un éxito (como el de Arrimadas y ahí la tienen) solo le complica la vida en el Congreso de los Diputados.

Sin la expansión hacia el voto de la nueva generación de izquierdas el PSOE seguirá necesitando a los independentistas para gobernar el estado.

Y en Madrid una nueva izquierda le hace la competencia. Ese debería ser el objetivo inmediato a absorber: y no está por la labor. Más Madrid y sus socios nacionales no se parecen al PTE de los años de la Transición, ni a los socialistas populares de Tierno o a los socialdemócratas de Fernández Ordóñez. Sin embargo, no es probable una reproducción proporcional de los resultados de Madrid en el conjunto de España y el peso y la tradición de unas siglas centenarias valen mucho en nuestro país. Otra paradoja: lo que más se valora del PSOE es su tradición no su nuevo derrotero.

Sin la expansión hacia el voto de la nueva generación de izquierdas el PSOE seguirá necesitando a los independentistas para gobernar el estado. Un silogismo cornutus: para mantenerse en el poder han de apoyarse en los independentistas, que les pasan continuamente facturas políticas. Estos pagos generan división en el propio partido y desafectos en la población no catalana o vasca. Sin el poder Sánchez no aguantará ni en su partido: no puede por tanto adelantar elecciones ahora y seguirá pagando facturas. Su esperanza: triunfar en la gestión den los fondos europeos y un nuevo número de circo mediático estilo desentierro de Franco. Eso si los nacionalistas vascos no le tratan como a Sáenz de Santamaría.

La situación a medio plazo será insostenible: a no ser que se ofrezca y se acepte (esto último sería un auténtico chollo para Junts y Ezquerra) una independencia práctica que además les permita seguir teniendo diputados e influencia decisiva en el gobierno de Madrid. Sánchez lo podría presentar como una solución al problema de territorial de España. En realidad sería la solución a su problema: necesita a los independentistas para seguir gobernando. Pero, pienso, que la gente está más por el dentro o fuera y no se tolerará un dentro y fuera a los independentistas. No te pueden tratar de puta y pretender además que pagues la cama.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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