En la literatura europea existen numerosos ejemplos de fábulas en las que una población entera decide aceptar como cierto un artificio o engaño. Pero no porque esta situación reafirme la inseguridad o sectarismo de un colectivo en contra de otros, sino más bien por el miedo que provoca en las personas las consecuencias de asumir la verdad.
En centro Europa es bien conocido uno de los cuentos de Hans Christian Andersen, El nuevo traje del emperador, en el que unos tejedores algo espabilados anuncian que están tejiendo para el rey “la más maravillosa tela que imaginarse pueda” que solo podría verse por aquellos merecedores del empleo que ostentaban e invisible a los necios. El rey se paseaba desnudo ante los halagos de la población hasta que un niño, en su inocencia, dijo la conocida frase “pero si el rey va desnudo”.
Antes que Andersen, el caso más antiguo conocido es el de nuestro D. Juan Manuel que ya en 1335 escribió El conde Lucanor en el que unos pillos “hacían un paño que todo hombre que fuese hijo de aquel padre que todos decían (…) vería el paño; más el que no fuese hijo de aquel padre que él tenía y que las gentes decían (…) no podrá ver el paño”, hasta que a uno que le daba igual ser hijo de su padre exclamó: “yo estoy ciego o vos desnudo vais”.
A don Juan Manuel le siguió Juan de Timoneda con el ardid de un cuadro que resultaba invisible a los cornudos y que por supuesto todos elogiaban. Años más tarde el autor de El Quijote escribió el entremés El retablo de las maravillas en el que parodia la obsesión de la limpieza de sangre cuando otro cuadro es invisible a los bastardos, conversos o aquellos que no tengan suficiente pedigrí en vena.
Y aunque la política ha sido siempre el arte de lo posible no es menos cierto que esta visión líquida de la vida que todo lo inunda y que nos hace tener cada vez menos certezas, nos hace dudar de, parafraseando a Antonio Muñoz Molina, todo lo que era sólido. O como decía Plinio el Viejo en su Historia Natural, “La única certidumbre es que no hay nada cierto”.
Porque, que yo sepa, en los últimos diez o veinte años no se ha producido una revolución o un cambio de régimen, que haga creer a algunos que vivimos otra realidad, otro mundo, una distopía para unos, o utopía para otros.
Con motivo del estatuto de Cataluña, en una conocida entrevista que en 2006 concedió el presidente del Gobierno -el mismo que ahora apoya los indultos a los secesionistas-, declaró en un periódico nacional: “dentro de diez años España será más fuerte, Cataluña estará integrada en España y usted y yo lo viviremos”. Sin ánimo de ser purista estoy dispuesto a darle unos años más de carencia a esta profecía, pero como decía Ortega, “toda realidad ignorada prepara su venganza”. Y vaya si se vengó el 1 de octubre de 2017.
Oigo a algunos políticos hablar y da la sensación de que España no es España, Cataluña es Dinamarca, Ceuta es Marruecos, el País Vasco es Suiza y Madrid es Tabernaria
Y es que abro el periódico o escucho las noticias y oigo a algunos políticos hablar y da la sensación de que España no es España, Cataluña es Dinamarca, Ceuta es Marruecos, el País Vasco es Suiza y Madrid es Tabernaria, pero ¿en qué mundo viven? Vengo observando una carrera de fondo en la que las ocurrencias sobre como va a ser la España del futuro parecen un brindis al sol ante la imposibilidad de enfrentarse y resolver los problemas reales —y actuales— de los españoles. No, las auto profecías de un importante centro de opinión público que —¡oh! albricias— suele predecir lo que le conviene al Gobierno no se cumplen, como todo parece indicar que tampoco se va a cumplir la profecía de que los indultos dulcificarán al separatismo, y no es que yo sea Nostradamus, sino que simplemente escucho y observo cuando dicen “lo volveremos a hacer”. Los separatistas no engañan, y que yo sepa, los últimos años han hecho todo lo que dijeron que iban a hacer.
Los que no hacen lo que dijeron que iban a hacer, son otros. Unamuno decía que “cada nuevo amigo que ganamos en la carrera de la vida nos perfecciona y enriquece (…) por lo que de nosotros mismos descubre”, y es que nuestro presidente del Gobierno se ha hecho con unos nuevos amigos que no paran de descubrir hasta dónde es capaz de llegar con tal de terminar la legislatura. Ahora nos quieren hacer creer que la aplicación de la justicia es sinónimo de venganza y revancha, obligándonos a alzar la voz y decir a aquel que ha comprado un traje tejido en Waterloo y el presidio de Lledoners con los más finos hilos de bondad, diálogo, transversalidad, nacionalismo, respeto, feminismo, ecologismo y perspectiva de género, que los necios, bastardos y conversos no somos capaces de ver: Yo estoy ciego o vos desnudo vais.
(*) Director de la Fundación Transición Española.
