El Viveros Herol Balonmano Nava repetirá experiencia en la élite mundial la próxima campaña. Cuatrocientos cincuenta aficionados fueron testigos en el Guerrer@s Naver@s de la victoria ante Anaitasuna que sellaba la permanencia. Mi amigo César Arcones siempre dice muy acertadamente que el pabellón Pedro Delgado ‘latía’ los días de partidos grandes. No soy capaz de describirles lo de Nava porque, a pesar de que llevo viviéndolo muchos años, no encuentro las palabras. Imaginen cada partido como una pelea por la salvaguarda de la identidad de un pueblo, pero con un respeto y una educación deportiva extraordinarias. Es como si hubiera entre los aficionados alguien castigando al que abuchee o insulte a los rivales por el mero hecho de serlo. Criticar a los propios ya es motivo de excomunión, o casi.
Criticar a los propios ya es motivo de excomunión, o casi
Y si añadimos el componente emocional por las despedidas de Lamariano, Andrés Alonso, Álvaro Seabra o sobre todo Darío Ajo, las lágrimas brotan solas, aunque apenas los conozcas de cruzarte con ellos en ruedas de prensa. Ellos podrán volver a La Nava -Darío es de allí- y tendrán problemas para elegir una casa en la que quedarse porque nunca serán extraños en Nava de la Asunción.
En condiciones normales el equipo quizá debería haber sellado su permanencia hace semanas, pero la pandemia ha castigado la salud estructural, económica y deportiva del club hasta dejar exhaustos a todos sus integrantes, desde el utillero hasta el presidente. La adversidad ha exprimido a la familia navera, pero ha demostrado que considerar a un club como ‘grande’ no siempre tiene que ver con su tamaño.
