Marine Le Pen, la nueva presidenta del partido ultraderechista francés Frente Nacional (FN), se estrenó ayer ante sus militantes con un discurso fiel a los principios de esta formación, que llegó a ser la tercera del país, pero dirigido a ampliar su espectro de votantes. Recién asumido el relevo de su padre, Jean-Marie Le Pen, que a los 82 años abandona el FN tras casi cuatro décadas de liderazgo, Marine subrayó que, a lo largo de los últimos años, esta formación ha demostrado su madurez democrática y es ahora «un gran partido político republicano».
Antes de pasar a la defensa de la soberanía de Francia, le reconoció a su progenitor estar «a la altura de la historia» por su «nobleza, perseverancia y visión» con la que ha dirigido el Frente Nacional desde su creación, en 1972.
Marine Le Pen aseguró que en esta nueva etapa la agrupación que ahora lidera será un partido «renovado, abierto, eficaz» y la «gran casa de todos los amantes de Francia», apertura con la que busca superar el revés sufrido en las elecciones legislativas de 2007 de cara a la próxima cita electoral dentro de un año.
«Me propongo el objetivo de construir el instrumento más eficaz que haya en nuestra estrategia para conquistar el poder», determinó en el congreso clausurado ayer en la localidad de Tours.
De conseguir las presidenciales, anunció, emprenderá «un vasto paquete de reformas destinado a eliminar los privilegios y a aplicar una política fiscal y social eficaz y justa», así como a defender la «independencia y la soberanía de Francia».
Para Le Pen, restaurar la soberanía nacional «significa, primero salir de la cortapisa asfixiante y destructora de Bruselas, que priva de todo margen de maniobra en sectores enteros de la acción política: la moneda, la legislación, el control de las fronteras, la gestión de la inmigración. La soberanía es a la nación lo que la libertad al individuo», apostilló la hija menor del histórico líder ultraderechista, para quien «el monstruo europeísta que se construye en Bruselas no es más que un conglomerado bajo protectorado norteamericano».
Reiteró por ello su convicción profunda de que «el pueblo francés necesita más que nunca un Estado fuerte», en una época en la que, según ella, Francia vive «bajo la opresión del desorden».
No faltaron referencias al presidente francés, Nicolas Sarkozy, de quien dijo que «para ser respetado, el presidente de la República debe ser respetable», y no «el capo de un clan o, como se ha visto, el agente de una cantante en decadencia, aunque ésta sea su mujer».
Marine Le Pen propuso a sus militantes y a la población francesa dirigirse hacia un «patriotismo económico y social», al considerar que «el sueño europeísta se ha transformado en pesadilla» y que el euro, «que debía aportar felicidad, ha destruido nuestra capacidad de compra».
No olvidó en su discurso la inmigración y la religión, temas que en el pasado la han lanzado al centro de la polémica, por declaraciones como que los musulmanes protagonizan en partes del país una «ocupación» mediante sus oraciones en público en la calle. Le Pen subrayó que «la fe es un asunto privado y su expresión no debe ser objeto de provocaciones», y lamentó que el carné de identidad se haya convertido «en una tarjeta de crédito que las prefecturas conceden a quienes la demandan».
Entre aplausos, banderas ondeando y un auditorio lleno, la presidenta describió a su partido como «la gran alternativa de 2012», elecciones en las que aspira a seducir al electorado de la derecha clásica. «La elección en 2012 será simple, clara, e incluso binaria, entre la mundialización -es decir, la disolución de nuestros valores de civilización- o la nación», recalcó Le Pen, de 42 años.
La popularidad mediática y el tirón del que la hija de Le Pen ha gozado en los últimos meses, no obstante, no parecen ir acompañados del mismo porcentaje de intenciones de voto más allá de las filas del Frente Nacional.
Un sondeo realizado por Sofres en diciembre reveló que el 74 por ciento de los simpatizantes de derechas «no deseaban verle desempeñar un papel importante durante los siguientes meses y años», y un 80 por ciento aseguró no confiar en ella para gobernar el país.
Le Pen sostuvo, pese a ello, que «la llave del éxito y de la prosperidad está en nuestras manos», e instó a todos los franceses a unirse a su lucha, en la que Jean-Marie Le Pen le ha entregado «toda la responsabilidad».
