Ando rematando un tocho sobre la historia del transporte en Segovia, que me ha aportado detalles sobre mi pueblo.
Aquí siguen dos pasos principales del Guadarrama. Por la Tablada cruzó el de Hita en el siglo XIV; más tarde, los bueyes castellanos con la artillería para la toma de Granada; después, los carreteros de El Espinar con pinos de La Garganta y los caleros de Vegas de Matute con recuas de borriquillos cargados de cal, para levantar El Escorial.
En el XVIII, el puerto del León y la nueva carretera convirtieron el viejo ‘camino de los carros’ en parada y fonda, y lo llamaron San Rafael. Por aquí pasaban los arrieros maragatos, con pescado de los puertos gallegos para la Corte, y los de Sangarcía con trigo de la Campiña Segoviana para alimentar a una población que no paraba de crecer y de tragar, Madrid.
En 1932, Arcadio Figueredo abrió la línea de mercancías entre El Espinar y Madrid, y en 1934 la de viajeros.
Le hemos hecho cuatro agujeros al Guadarrama, uno para el tren y tres más para la autopista, que lleva 57 años cobrando peaje. Hemos pagado más de la cuenta. Fin. Ahora toca desviar por ella el tráfico pesado, como en Guadarrama, y así barrer de un plumazo el grave peligro de la travesía de San Rafael, sin obras innecesarias.
En el libro me queda lo más difícil: barrer lo que sobra. Menos es más.
