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La cañada de los bisontes

por Redacción
4 de enero de 2015
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Despacio, cuidando cada paso, me he adentrado en la espesura de este bosque único. Procuro hacer el menor ruido posible, para no ahuyentar a mi asustadizo objetivo. Me rodean enormes carpes, píceas, tilos y robles centenarios, algunos de cuyos troncos no llegarían a ser abrazados por cinco personas. Cualquiera que visite este paraje, rápidamente se percatará de su mayor particularidad: no existen tocones procedentes de las talas, aquí todos los árboles nacen y mueren de forma natural, algo ya difícil de encontrar en nuestra Europa moderna. La madera muerta no es retirada, y se esparce por el suelo hasta el punto de hacer algunas zonas casi intransitables. Continuamente tengo que saltar por encima de gruesos troncos, que llegan a apilarse unos sobre otros, sortear árboles inclinados y algunos ejemplares partidos o arrancados de cuajo por las fuertes tormentas frecuentes durante el verano.

Me encuentro en la reserva estricta del Parque Nacional de Bialowieza, el corazón del bosque primigenio. En otras palabras, se trata de uno de los últimos vestigios de bosque virgen europeo. Declarada Patrimonio de la Humanidad y Reserva de la Biosfera por la Unesco, esta área forestal se extiende unas 10.500 hectáreas en un territorio dividido aproximadamente en su mitad entre Polonia y Bielorrusia. Apenas me ha costado media hora llegar a las profundidades de esta selva desde el pueblo de Bialowieza, una pequeña localidad polaca situada en el mismo centro del bosque. Allí reside una curiosa comunidad, mezcla de polacos y bielorrusos, dos culturas que conviven sin problemas, y donde encontramos una sorprendente mayoría de cristianos ortodoxos en un país eminentemente católico.

Turistas de todo el mundo visitan este rincón atraídos por su paisaje, para disfrutar de su naturaleza en estado puro y también por su historia. Pero entre la variada fauna que aquí habita hay una especie en particular a la que puede atribuirse gran parte de la fama que tiene este lugar. Y yo tampoco he podido resistirme a su embrujo. Pertrechado con unas botas de goma, una cámara de fotos y mis inseparables prismáticos, sigo caminando entre las ramas dispuesto a seguir el rastro de aquella mítica criatura. Una fina capa de nieve facilita el rastreo de los animales, y me permite discernir una senda pisada por diversos ungulados, mayoritariamente jabalíes y ciervos, y también los no tan frecuentes corzos y alces. Estos herbívoros proveen de alimento a varias manadas de lobos, así como al solitario lince boreal. Pero hay unas huellas que llaman especialmente mi atención, más grandes que las que dejaría una vaca, seguramente pertenecen al enorme mamífero que tanto ansío colocar en el visor de mi cámara. Mientras las sigo, observo la gran diversidad de hongos que a finales del otoño aún asoman entre espesas capas de musgos y líquenes. El estado de conservación de este lugar es, cuando menos, espectacular. Cualquier interesado en gestión y conservación de la naturaleza no puede evitar preguntarse por qué nos encontramos con tal paraíso forestal precisamente aquí, en el centro geográfico de Europa. La respuesta se remonta atrás en el tiempo. Desde el Siglo XIV hasta el XVIII todo el territorio fue propiedad real de las coronas lituana y polaca. Varias generaciones de reyes usaron este espacio como coto de caza mayor, organizando legendarias cacerías en las que participaban cientos de hombres. El estatus de coto de caza real proporcionó al bosque de Bialowieza una exhaustiva gestión de conservación bajo la tutela directa del rey, quien ordenaba que estos territorios debían ser protegidos de las «presiones del hacha y el arado» (es decir, de la tala y cualquier tipo de asentamiento). La estricta protección de la que gozaba el bosque durante este período, conocido como ‘tiempo de reyes’, se considera un factor clave para explicar el estado de conservación que hoy día presenta el parque nacional. En 1795 Bialowieza pasó a formar parte del dominio ruso y, a pesar de un primer momento de descontrol sobre el expolio de sus recursos naturales, los zares decidieron continuar la tradición de caza en el lugar, y con ella la gestión proteccionista de todo el sector. A finales del S. XIX un pequeño palacio de inusual arquitectura en la región fue construido en Bialowieza, con el fin de alojar al zar y su servidumbre durante sus estancias de caza, siendo el zar Alejandro III el primero en visitarlo. Una iglesia ortodoxa, establos, casas para el personal y almacenes fueron construidos también para satisfacer las necesidades del palacio. Durante la evacuación de las tropas alemanas en el verano de 1944 un proyectil alcanzó la torre principal, causando un devastador incendio, y sus ruinas fueron demolidas en 1963. Actualmente, en su lugar se encuentran las oficinas del Parque Nacional, un museo y un restaurante. Muchos de aquellos edificios aledaños al palacio se pueden observar en el pueblo de Bialowieza, y a los cuales se les ha dado distintos usos, desde una galería de arte a la oficina de correos, incluyendo la iglesia ortodoxa y los jardines palaciegos de estilo inglés.

Sigo caminando y miro al cielo nublado. En este lugar es imposible orientarse sin ayuda de una brújula, y hoy el sol no me ayuda. Hasta los guías locales más experimentados pueden dar vueltas en círculo en este laberinto. Me preocupa perder la orientación, pues me han advertido reiteradamente que no me dirija hacia el Este. En esa dirección es fácil toparse por accidente con la frontera de Bielorrusia, recorrida por una pista forestal y una valla metálica que divide todo el bosque en dos. La frontera se encuentra custodiada día y noche por patrullas fronterizas con perros, solo acercarse a la valla justifica el arresto, tratar de saltarla puede suponer la cárcel. Evidentemente, algunos habitantes del bosque no pueden pasar esta valla, de manera que animales como los lobos, perros-mapaches o ciervos de la parte polaca encuentran serias dificultades para juntarse con sus congéneres bielorrusos. Se dice que los animales no entienden de nacionalidades, pero parece que incluso en un lugar tan remoto y salvaje como éste la naturaleza no es ajena a nuestras políticas.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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