Después de la tormenta, dicen que viene la calma, y aunque todavía tensa, y con la insurgente necesidad de seguir hacia adelante, combatiendo la apatía con el vértigo, las precauciones siguen adosadas a nuestra rutina, procesos interiorizados que iremos mudando con recelos y reservas.
Un mes de mayo diferente, con el único propósito de mejorar el anterior, pasaporte para el reencuentro que desespera en su espera. Una escena impaciente, que aguarda y sobrevive del recuerdo extenuado, y del contacto digital. Un lugar en la geografía del corazón, que nunca antes echó tanto de menos las ausencias. Exilios forzosos que se rompen a medias, aparcando el miedo con remordimientos.
Visitas sin aproximación, con un reloj de arena que no concede treguas. Abuelas y abuelos supervivientes que se juegan la vida en cada beso. Plazas y calles que se van repoblando, dotándose de una normalidad adulterada, conformista, gritando un volver a empezar sin olvidar lo vivido.
Imposible volver al punto donde se nos paró el tiempo
Regresar a lo desconocido, en un intento de aprovechar la segunda oportunidad, sin filtros, sin medias tintas, sin cortes publicitarios, sin estrategias, sin aplazar para mañana lo que se quiere disfrutar hoy, por si acaso. Imposible volver al punto donde se nos paró el tiempo, y lejos de ser un retorno al pasado, empeñados en exprimir un presente con pérdidas, nos creemos vivos al respirar con los ojos cerrados el olor de la hierba recién cortada, el sonido del agua corriendo por las peñas, mientras nos perdemos en el bosque del Fauno de nuestros sueños.
