La mayor parte de los centenares de miles de estudiantes de último curso de bachillerato andan muy preocupados estos días (al menos sus padres) por acertar con los estudios universitarios que deban realizar el próximo curso. También este año de pandemia se me han acercado amigos para que les oriente sobre qué aconsejar a sus hijos en este trance. Parece que la condición de profesor universitario te confiere una autoridad enorme y sobre todo genera una confianza grande en los inquietos padres que, como sus hijos, dan a los estudios universitarios una importancia desmedida en el futuro profesional de sus vástagos.
Normalmente el problema está mal planteado, porque la profesión futura de sus hijos, como la de ellos, poco tendrá que ver con los estudios que hayan realizado; aunque esto mismo podría enunciarse de otro modo mucho más claro y exacto: importa muy poco qué estudios realices, da igual que carrera escojas (o casi).
¿Cuál es entonces el misterio? ¿A qué se debe atender para acertar con el futuro profesional? La respuesta tiene dos partes. La primera es que esta cuestión, aunque ahora angustie (en realidad ahora todo produce angustia, desde hacer un examen hasta perderse un concierto), es que tiene una solución muy fácil.
Si hubiera que buscar un símil sencillo, diría que escoger carrera no tiene nada que ver con acertar a un blanco situado a un kilómetro con un rifle de mirilla telescópica en el que solo hay una bala. Para nada. Primero porque hay muchas balas. Y segundo, porque lo que tenemos entre manos es un cañón con el que debemos acertar un monte. Y hay que empeñarse mucho para no sacudirle un pepinazo a un monte, que es algo bastante gordo, con un cañón, aunque no fuera muy bueno.
Aclarado este asunto hay que recordar a los padres con hijos de 18 años que probablemente ellos trabajen ahora en una profesión que no existía cuando escogieron su carrera universitaria (si es que la hicieron). Y eso mismo les pasará a sus inquietos retoños: por eso no tiene demasiada importancia plantearse unos estudios universitarios pensando en profesiones actuales, que puede que no existan un par de años después.
Si lo que se pretende es orientar hacia el ejercicio de una profesión es mejor poner la vista en la profesión, más que en los estudios que teóricamente se ajustan mejor a ella. Y las profesiones tienen que ver más con unas cualidades básicas que con unos conocimientos que tienden a quedarse viejos cada vez antes. En cualquier capital española de 1910 era más fácil encontrar trabajo de conductor de coches de caballos que de chófer de automóviles; pero los primeros se quedaron tirados pocos años después.
Cualquier persona necesita generar confianza para conseguir sus primeras posiciones en una empresa. No se requieren muchas matrículas de honor, sino la seguridad de que uno asumirá sus obligaciones con responsabilidad. Por eso, más que hacer una u otra carrera, es clave hacer lo mejor que se pueda cualquier estudio que se haya escogido. Este principio hace que inevitablemente aconseje a los hijos de mis amigos que realicen el grado universitario que prefieran. Y que en ese preferir no deben moverse por las asignaturas que mejor “se les dan”. Lo clave es descartar aquellas en las que vean, de manera realista, materias en las que tienen especiales dificultades; tanto que acabarían por detener su marcha o dificultarla enormemente.
Si se piensa con honradez que no hay grado universitario que no presente esta dificultad hay que buscar otro tipo de formación no universitaria. El éxito profesional cada vez estará menos vinculado a titulaciones universitarias. De hecho ya ocurre así. Por lo tanto nada de empeñarse en “hacer una carrera” para ser un desastre.
También funciona el argumento al revés: si tu ilusión está vinculada a una titulación universitaria (por ejemplo; medicina, enfermería, profesor de infantil o primaria, ingeniero, o abogado o cualquier otra de las llamadas profesiones reguladas) déjate la vida en conseguir el acceso y lo que aún te reste échalo en realizar tus estudios al más alto nivel. No conozco a nadie verdaderamente ilusionado por unos estudios que no haya acabado viviendo dignamente de una profesión vinculada a ellos. Y lo más importante: felices y contentos. Algunos hasta se hacen ricos; aunque la mayoría consigan vivir con dignidad y cierta soltura y solvencia.
La confianza futura se gana con la responsabilidad en los años de estudio universitario. Además, hay que procurar saber leer con sentido crítico (y para eso antes hay que entender bien lo que se lee); saber discriminar lo esencial de lo accesorio en cada caso; saber expresarse con corrección (hablando, escribiendo, mediante recursos audiovisuales); saber trabajar en equipo y asumir liderazgos (que son responsabilidades) cuando sea preciso y tener una cierta mentalidad matemática que asegure al menos el sentido de la proporcionalidad y de la medida y la asignación de significados a ciertos indicadores… Y si además tienes cierta creatividad y sabes concretarla serás “la bomba”.
Pero todo esto va saliendo mientras se está en la universidad o fuera de la universidad. De todas esas cosas no te examina nadie y todo acaba dependiendo de uno. Hay que tener tranquilidad y saber que acertar no es difícil. Lo difícil es hacer las cosas bien durante los años que siguen a la elección.
