efe / berlín
La 60 edición del Festival de Cine de Berlín se presentaba floja de antemano y, hasta ahora, los dos grandes héroes del festival -Roman Polanski y Banksy- no acudieron. El primero, porque sigue detenido en Suiza por su deuda pendiente con la justicia de EEUU; el segundo, porque forma parte de su área de activista del grafiti defender su anonimato.
La máxima estrella internacional a día de hoy fue Leonardo DiCaprio, al frente del filme de Martin Scorsese Shutter Island, que no compite por los Osos.
Un único astro no es suficiente para 11 días de alfombra roja de una Berlinale cumpleañera sobre la que los medios difunden estos días decenas de reportajes de años anteriores, que generaron tumultos alrededor de Madonna, George Clooney, Robert de Niro, Sharon Stone, Julia Roberts, Jack Nicholson y un larguísimo etcétera.
Las únicas presencias que alegraron el corro mediático ayer fueron las de Amanda Peet, Rebecca Hall y Catherine Keener, trío protagonista de Please Give, de Nicole Holofcener, exhibida fuera de concurso. Hoy se espera la de Julianne Moore, con The Kids are all right, también fuera de competición.
La terna femenina de la película de Nicole Holofcener dio una lección de armonía, tanto en lo profesional como en el aspecto físico.
Las estadounidenses Peet y Keener y la británica Hall aparecieron tras la presentación del filme, en la sección oficial aunque fuera de concurso, con el habitual repertorio de elogios recíprocos -«fue amor a primera vista, nos entendimos de inmediato», afirmó Keener, entre gestos de asentimiento de las otras- e incluso idéntico corte de pelo.
«Hice lo posible para no rodar con todas a la vez, se hubieran matado. Se tiraban de los pelos, se robaban la ropa interior… en fin, muy difíciles todas…», bromeó Holofcener, a la pregunta de cómo fue dirigirlas a las tres y si reinó el buen talante entre ellas.
Peet no es, ni de lejos, la mujer de lengua viperina que interpreta en Please Give, sostuvo Hall, quien a su vez se sonrojó supuestamente por modestia ante los elogios recibidos en la conferencia de prensa por su trabajo, recibidos entre aplausos de sus compañeros.
La cinta es una comedia ligera, sobre un matrimonio que comparte, además de cama e hija adolescente, un lujoso comercio de muebles de ocasión en Manhattan. Todo parece funcionar perfectamente entre los dos -Keener y Oliver Platt-, hasta que aparece la bella de lengua viperina y tendencia al alcoholismo.
«Son caracteres muy diferenciados: la mujer empeñada en hacer el bien, por parte de Catherine; la hermana bondadosa hasta con su terrible abuela, el papel de Rebecca; y finalmente, nuestra tremenda Amanda. Y, en medio de todas, Oliver», resumió la directora.
En cuanto a la liza por el Oso de Oro, ayer el festival apostó por el cine iraní y turco, de la mano, respectivamente, de Rafi Pitts y Semih Kaplanoglu, y cruzó así el ecuador de su sexagésima celebración. Bal (Honey), por parte del realizador turco, y Shekarchi (The Hunter), con Pitts ejerciendo de director y protagonista, cumplieron con creces el tradicional objetivo del evento berlinés de atender a esas cinematografías, cada vez menos periféricas, con dos filmes centrados en núcleos familiares destruidos de un mazazo.
Pitts es un buen padre de familia y ex preso, cuya esposa e hija mueren en un tiroteo entre fuerzas del orden y manifestantes por las calles de Teherán. Su venganza se materializa en la muerte de dos agentes. La caza del hombre a través del bosque supone el paso de la descripción interna de Irán al tópico de los policías perseguidores, uno íntegro, el otro corrupto.
En otro bosque, en Anatolia, vive con sus padres Yusuf, un niño que no habla con fluidez más que a susurros con su padre y que tartamudea en clase.
Tanto la visión política de Pitts como la infantil de Kaplanoglu hecen un magistral uso del silencio.