Los años que llevamos vividos de este siglo están siendo muy fructíferos para el deporte español, especialmente para el femenino. Mucho tiempo ha pasado ya en que para la mujer hacer actividad física en público se consideraba una exhibición impropia. Ahora es habitual verlas realizar cualquier modalidad deportiva e incluso alcanzar altas cotas competitivas.
En los últimos Juegos Olímpicos (JJOO) celebrados en 2016 las chicas consiguieron nueve medallas, destacando los oros de Mireia Belmonte, Carolina Marín o Ruth Beitia. En cuanto a algunos éxitos conseguidos en los campeonatos de Europa, JJOO y mundiales por las selecciones nacionales absolutas femeninas destacan las 15 medallas conseguidas por la de baloncesto; las 8 de la de waterpolo, las 5 de la de Hockey sobre hierba y la de balonmano; por no citar las decenas de medallas de las gimnastas de rítmica o las de sincronizada. Sin olvidar a las tenistas, golfistas, surfistas o judokas.
Sin duda, una cosecha muy valorada que pone al deporte femenino hispano en lugares de privilegio a escala mundial. Sin embargo, todos estos éxitos solo tienen una repercusión en los medios cuando se consigue eso, el éxito. En el día a día es difícil ver informaciones relacionadas con estas deportistas, salvo en un caso, en el fútbol.
Es de reconocer el gran avance social que este deporte ha tenido entre las jóvenes y que se refrendado por el aumento de fichas federativas. Lo que ya no es tan lógico es que esta actividad tenga un mayor impacto mediático que otras especialidades que tienen una mejor trayectoria competitiva, generando una clara discriminación de trato. Por favor, medios de comunicación, den la misma repercusión a quienes trabajan en el deporte femenino.
