Por segundo año consecutivo no habrá por las calles imágenes a hombros de cofrades, ni tambores, ni cornetas; pero eso no quiere decir que no haya Semana Santa, la procesión va por dentro. Desde el miércoles de ceniza hasta el domingo de resurrección, los cristianos estamos en un periodo de reflexión, de expiación de las culpas por los pecados cometidos. Es tiempo de conversión.
Todos cometemos errores, “quién esté libre de pecado, que lance la primera piedra”; pero nos cuesta reconocerlos, somos capaces de defender una acción y a su vez la contraria si fuese necesario, queremos ser perdonados pero nos cuesta perdonar. Por nuestra naturaleza humana tenemos ansia de revancha, “ojo por ojo y diente por diente”; pero esto ¿nos cura las heridas del corazón? El perdón es como una montaña cuya cima nos cuesta alcanzar. Cuando nos sentimos agraviados, traicionados, nos cargamos de negatividad, se nos revuelven las entrañas y clamamos justicia. Estos días de cuaresma debemos de cambiar el odio por amor; de ese modo conseguiremos vaciar la mochila cargada de piedras, que tan pesado lastre es y así poderla llenar con sentimientos de alegría y gozo.
Mirar con ira el pasado es como echar el ancla y no poder avanzar hacia un mundo feliz. Por eso, eleva anclas, despliega velas y deja que el viento sople.
