La integración de los alumnos con discapacidad en el sistema educativo ordinario, uno de los valores cruciales de la Ley Celaá, depende de una figura imprescindible: los Auxiliares Técnicos Educativos (ATE). Su función es matizar la dependencia de estos estudiantes y que puedan funcionar con la máxima autonomía posible. La aplicación de la nueva ley, que quiere incorporar a los centros ordinarios al máximo número posible de alumnos de educación especial –algunos casos son sencillamente inviables- requiere de un ejército de estos profesionales. Las necesidades han aumentado en Segovia y también las plazas de ATE en la Delegación Provincial. La cifra, en aumento, ya alcanza los 40.
Los comienzos, sobre todo en la provincia, fueron precarios. Ayllón tuvo en 2014 un contrato de 25 horas, lo menos posible y con jornada partida. Como el radio geográfico de la Consejería de Educación es muy amplio, es habitual que esas plazas sean eventuales. El trabajo del ATE en muchos centros rurales depende exclusivamente de un alumno. Cuando este se va del centro, puede acompañarle al instituto -si acude- o reubicarse en otro centro de la provincia. Un ATE siempre tiene que estar dispuesto a hacer las maletas si la necesidad de ese centro desaparece. Aquella plaza de Ayllón fue temporal, como ocurrió en Prádena o Sangarcía. Según el tipo de contrato, pueden estar solo en horario lectivo o también acompañarle, por ejemplo, en el tiempo de comedor.
La provincia tiene actualmente plazas en Primaria o Secundaria en municipios como Cuéllar, Carbonero el Mayor, Riaza, La Lastrilla, Trescasas, El Espinar o La Losa. En los centros rurales, cuando hay solo un niño con necesidades, el funcionamiento es bueno; cuando hay más de un niño por ATE, la situación se complica algo más. La ciudad ostenta una veintena, 14 de ellas en el colegio Nuestra Señora de la Esperanza. Cinco plazas se han creado en los dos últimos cursos. El acceso requiere aprobar una posición y para presentarse es necesario el título de Bachillerato. En la práctica, muchos auxiliares son graduados en ramas como magisterio. La mayoría son mujeres. La tendencia de los interinos es acercarse progresivamente a la capital. Muchos empiezan en zonas más alejadas como el nordeste y buscan el traslado cuando se presenta la oportunidad.
Una rutina compleja
Blanca Velasco trabaja como ATE desde hace un año y medio. Formada en Graduado Social, ha hecho cursos sobre cuidados en el patio, primeros auxilios o atención en el comedor. Trabaja en el CEIP Fray Juan de la Cruz. Antes de la pandemia, recibía a todos sus alumnos a la vez; ahora cada curso llega de forma escalonada. Según su calendario, conoce las actividades de cada uno y si tiene que acompañarles a sesiones de pedagogía terapéutica, audición y lenguaje, educación física o sesiones con el fisioterapeuta. El trabajo en estas edades tempranas es crucial para que el alumno pueda escalar con posterioridad en las diferentes etapas del sistema educativo.
La misión del ATE es acompañar a un niño de un lugar a otro. Solo entra en clase si el profesor requiere su presencia. Por ejemplo, el curso pasado entraba en clase para ayudar a un alumno que tenía paralizada parte del sistema nervioso y ella le sujetaba la hoja para que dibujara. Lo que ella llama ‘niños de cristal’ son alumnos que necesitan su atención constante y su presencia en el aula. Son casos con más absentismo, especialmente en tiempos de pandemia donde toca extremar las precauciones para evitar contagios en casos que, pese a su temprana edad, podrían considerarse de riesgo ante la incertidumbre sobre los efectos del virus en determinadas patologías previas. En esencia, hay alumnos que requieren un ATE casi en exclusividad y su atención va más allá de la logística.
El valor de la inclusión
La recompensa social de compartir un espacio ordinario es incalculable. “Están muy integrados en el sistema educativo. Los niños valoran a su compañero; para dos chicos de su clase que no les miran, los demás les quieren mucho. Yo era un poco escéptica, pero estaba equivocada. Los niños son más maduros de lo que nos creemos”. Blanca pone ejemplos. Si un alumno tiene férulas en las piernas y no puede correr con normalidad, los compañeros se adaptan cuando juegan con él al escondite. “Cuando van detrás, corren menos, porque saben que le cogen en un momento. Ellos son conscientes de que si quieren jugar, han de hacerlo así. Son muy maduros”.
Hay alumnos que requieren asistencia en el aseo. Algunos tienen parálisis en el esfínter y necesitan sonda; con el tiempo, aprenden a sondarse ellos mismos. “Hay niños que han llegado al colegio sin saber hacer pis y ahora son muy autónomos”. Estos alumnos tienen siempre una muda limpia en el centro para emergencias. En otro curso tenía a su cargo un niño con un andador y su trabajo era pasarle de él a la silla del aula. Otros requieren de una sonda para alimentarse y ella es la encargada suministrar los nutrientes.
El valor de verles evolucionar es el gran hito de un ATE. Los padres tienden a ser más protectores y ella intenta que el alumno sea más independiente. “El niño vale más de lo que pensamos”. Un día le sugirió a un alumno que no cargaba con la mochila que si quería llevarla en la espalda. Y la llevó. “Se tienen que saber quitar la cazadora. ¿Qué les cuesta más que al resto? Claro, pero cogen soltura. Primero el brazo malito, y luego el otro”. También hay que trabajar la personalidad. Son niños tímidos a los que, por ejemplo, les cuesta pedir a los compañeros que les dejen pasar en el pasillo o defender su sitio en la cola. Cuando hay dos chicos bloqueando el pasillo, ella incita al alumno a pedir permiso en lugar de ser ella quien despeje el camino.
En la práctica, ella es su referente, con una relación más estrecha que la de los tutores. Ello implica que su trabajo tenga una dimensión ética. En los recreos, otro ámbito esencial para un ATE, acaba pacificando. “A veces les tienes que decir que no por ser más débiles tienen razón. Y tienen que pedir perdón como el resto. No les tienes que dar la razón por el hecho de que tengan más necesidades”.
Al servicio del profesor
Blanca subraya que su papel está supeditado al del profesor. Por ejemplo, en educación física ayudaba al niño con andador para ciertos ejercicios, desde tumbarse en el suelo o impulsarle a levantar las piernas. Y si hay excursión, van con él. ¿Qué toca ir al Alcázar? Pues silla de paseo y Calle Real. “Van a todos los sitios. Cuando nos recibió la alcaldesa en el Ayuntamiento, pues yo subí en el ascensor. Un privilegio”. Y cuando termina la jornada, les lleva con los padres. Antes de la pandemia, solía acompañar a sus alumnos al comedor y les ayudaba, por ejemplo, a mojar la comida con el pan.
La nueva ley busca ampliar los medios de los centros ordinarios. Ello no quita que haya casos que se beneficien más de la educación especial, con más medios, como sillas personalizadas. “Ganan más los compañeros que conviven con un niño así que lo que sufren ellos”, incide Blanca. Los ATE son una suerte de entradores. “Ellos quieren ser autosuficientes y les tienes que dejar”. El primer día de clase, un alumno quería comer solo y no había babero. Da igual, se improvisan soluciones como romper una bolsa de basura como sustitutivo. “Se le caía, pero como no se manchaba… No veas qué bien se sentía. Menudo logro había hecho”. La madurez se construye con pequeños hitos. Y la labor de un ATE es que el niño tenga los medios para recorrer su propio camino hacia el santo grial de la independencia.
Un sector expuesto a contagios
La pandemia ha provocado muchas bajas en el colectivo de Auxiliares Técnicos Educativos, señalan fuentes de Comisiones Obreras en Segovia, debido a que es complicado mantener el desapego con estos alumnos, ya sea evitando abrazos o imponiendo la disciplina de la mascarilla. El efecto es que cuesta especialmente suplirles cuando hay una baja de 10 días; desde que se convoca la plaza hasta que el docente llega al centro hay un proceso burocrático que incluye confirmar pruebas PCR. En las últimas semanas se han sucedido los nombramientos por Covid, aunque sean breves. En un centro, el día que el nuevo ATE tomó posesión se reincorporaba el titular.
El centro Nuestra Señora de la Esperanza ha acumulado varias bajas, con educadores en turno de mañana, tarde y noche. El centro también tiene personal de cocina, ordenanzas o educadores. Este periódico trató sin éxito de conocer el trabajo de algún auxiliar del centro Nuestra Señora de la Esperanza.
Pocos puestos en el sistema docente están más expuestos a contagios. En las primeras fases, tras el regreso de la docencia presencial, no iban sobrados de mascarillas. Solo tenían la quirúrgica; es habitual que algunos lleven dos o incluso pantalla.
En la información complementaria de la versión en papel de EL ADELANTADO, aparecía una declaración de la que podía interpretarse que el personal de la Residencia Asistida podría ser ATE sin título de Bachillerato. Una interpretación que, en todo caso, sería equivocada.
