El derramamiento de sangre en Siria, sumida en una guerra civil, debe tener un fin, que debe llegar de la mano de una «solución política» entre el Gobierno de Bachar al Asad y la oposición. Ésta es la conclusión a la que llegaron ayer los líderes de los ocho países más poderosos del mundo, que apelaron al consenso entre las partes, aunque sin pedir la dimisión del presidente de la nación árabe.
Los representantes del G-8 acordaron en su resolución final impulsar la formación de un Ejecutivo de transición y aumentaron su ayuda humanitaria para la región, pero el mandatario ruso, Vladimir Putin, logró bloquear la petición de una salida inmediata de Al Asad, liderada por el premier británico, David Cameron.
Moscú no estaba dispuesto a que se incluyera ninguna referencia al futuro del dirigente de Damasco. «Destruiría por completo el equilibrio político», insistió el Kremlin.
«Es impensable que Al Asad pueda jugar algún papel en el próximo Gobierno de su país», lamentaba Cameron por su parte.
Respecto a las armas químicas, de las que EEUU, Francia y el Reino Unido dicen tener constancia de su uso por parte del régimen de Damasco, el G-8 se limitó a «condenar» su «posible utilización», teniendo en cuenta que Rusia volvió a ejercer de aliado del Ejecutivo sirio a la hora de indicar que duda de existan pruebas al respecto.
Pese a todo, los países reunidos apostaron por la celebración de la conferencia de paz en Ginebra como el punto de inicio para que se alcance una solución al conflicto.
Por otro lado, el presidente estadounidense, Barack Obama, defendió la actuación de la Agencia Nacional de Seguridad en el reciente escándalo de espionaje. «Hay numerosos mecanismos de control para evitar abusos», indicó, «y en la agencia hay profesionales extraordinarios».
«Mi trabajo es proteger al pueblo americano, así como su estilo de vida», señaló. «Y eso incluye nuestra esfera privada», concluyó.
