El deporte es utilizado en muchas ocasiones como un medio ideal para transmitir valores intrínsecos positivos en la sociedad. Así, los deportistas se suelen convertir en modelos de conducta, especialmente para los más jóvenes. Los medios de comunicación también contribuyen a crear héroes deportivos que refuerzan el orgullo nacional mediante la exaltación de la fuerza, la lealtad, el coraje, la integridad, la competitividad y, sobre todo, el éxito de los campeones.
Sin embargo, a veces es difícil sostener este planteamiento cuando se observan algunos gestos y actitudes inadecuados dentro y fuera de los terrenos de juego. No es difícil comprobar en diferentes disciplinas deportivas que se producen agresiones físicas, desplantes por no reconocer la derrota, excesos en las victorias, protestas, abusos verbales a contrarios, espectadores o árbitros; que afean la conducta de quien así se comporta. Ver romper una raqueta a un ‘top’ del tenis mundial o señalarse su nombre en la camiseta de manera ostentosa tras haber marcado un tanto son comportamientos que no encajan en el modelo de deportista ideal.
Es cierto que todos somos humanos y cargados de defectos, pero igualmente que el público ensalza sus habilidades técnicas también están muy sometidos al escrutinio social. Más si cabe cuando se conocen detalles de su vida extradeportiva en la que se enseña la vida de lujo, las fiestas, los viajes paradisíacos o, en algunos casos, la violencia de género.
Por tanto, el deportista de élite tiene una doble responsabilidad social. Por un lado, debe buscar la excelencia para alcanzar las cotas de éxito en su deporte. Y por otro, mostrar unos valores humanos que apoyen y reafirmen lo que ha conseguido en la competición.
