Cada reaparición pública del presidente sirio, Bachar al Asad, suele estar rodeada de controversia. Generalmente, debido a las palabras que pronuncia en sus discursos, en los que normalmente amenaza a los «terroristas» (término que utiliza para definir a los opositores a su régimen) y a quienes «les ayudan» (es decir, las potencias internacionales, principalmente de Occidente, que han mostrado su intención de dar cobertura a los rebeldes). Pero ayer la polémica saltó por un presunto intento de magnicidio que sufrió cuando acudía a una mezquita de Damasco a orar con motivo del fin del Ramadán.
Según indicaron las milicias insurgentes, una brigada de la capital atacó con granadas el convoy del dirigente, si bien desde el Ministerio de Información negaron que la caravana en la que viajaba el jefe del Ejecutivo fuera alcanzada por proyectil alguno, a pesar de que se registraron varias explosiones en un barrio junto a la residencia presidencial.
Ante estas confusas informaciones en el país, la televisión estatal siria emitió imágenes de Al Asad orando en la mezquita, al tiempo que un portavoz del Gabinete señaló en el mismo canal que la noticia sobre el presunto atentado «carece completamente de fundamento y es un mero reflejo de los deseos e ilusiones de algunos medios de comunicación extranjeros y de los Gobiernos que les apoyan».
Ese mismo portavoz gubernamental indicó que el mandatario llegó a la mezquita conduciendo él mismo su automóvil y volvió de la misma manera a su domicilio.
Por su parte, los rebeldes insistieron en su ofensiva y declararon que, pese a que el dirigente no había resultado herido, «el ataque sí ha causado víctimas en su séquito».
También el líder de la oposición, Ahmed al Yarba, hizo una aparición mediática insperada. El presidente de la Coalición Nacional Siria, con sede en Estambul, de dejó ver en una mezquita de la disputada ciudad de Daraa, al sur de Damasco. Según adversarios al régimen, viajó a Siria desde Jordania.
