No es infrecuente que amigos y conocidos nos echen en cara a los profesores universitarios el tener una profesión estupenda. Y es verdad: aciertan plenamente. En lo que se equivocan es en porqué resulta genial ¡Cómo no evocar esos dos meses (o más, apostillan) de vacaciones! ¡Cómo no recordarnos que solo impartimos unas pocas horas de clase a la semana! ¡Cómo no mirarnos con complicidad por corregir de modo rápido y con pocos suspensos! Intentar explicar en qué consiste el trabajo de un profesor universitario a quien te viene con estas historias es una tarea inútil: algo así como demostrar el teorema de Pitágoras a un chimpancé. Se suele sonreír con resignación y animoles a que comiencen su carrera universitaria: ¡nunca es tarde para empezar la buena vida!
No hace falta conocer muy a fondo nuestras universidades para captar que hay tres grandes bloques de trabajo en la vida de un académico (así nos solemos llamar entre nosotros los profesores universitarios): la docencia, la investigación y la gestión. El primero lo entienden casi todos. Es más, el “sector chimpacé” lo identifica plena y absolutamente con nuestro trabajo. Resulta de fácil comprensión: es lo mismo que se hace en infantil, primaria, secundaria y bachillerato, pero contando otras cosas. Para ellos docente significa impartidor. Por eso piensan que seremos (casi somos como ha demostrado al parecer el COVID) prescindibles. Los ordenadores, la web y la inteligencia artificial nos han convertido en algo similar a Siri, pero en versión mala leche.
Pero el profesor universitario atiende mucho a un porcentaje reducido de estudiantes brillantes que quieren saber más y eso exige mucho tiempo. Otro, también amplio, se requiere para explicar a los que no entendieron (o no vinieron) algo en clase que existen libros, a su disposición (que incluso los pueden leer) y que la tutoría no es una clase particular, ni siquiera de refuerzo. Lleva su tiempo igualmente corregir bien para orientar con los comentarios los futuros aprendizajes. Y no se lo van a creer: pero es necesario preparar las clases, cada clase; enriquecerlas con las lecturas que se han hecho, o con aspectos (algunos) de la investigación propia que sugieren nuevos enfoques. Y dirigir Trabajos de fin de grado o de máster: orientar los enfoques, sugerir consultas, bibliografía y exposiciones, y corregir las primeras redacciones, y asegurar que no se ha plagiado… No está mal.
Otro bloque de tareas profesionales para un profesor universitario lo conforma la investigación. La investigación es fácil de entender cuando el investigador (el profesor investigador) lleva bata blanca, se mueve entre tubos de ensayo, frigoríficos raros, y máquinas que se mueven a impulsos, con frascos pequeños de distintos colores. A falta de esto, produce un efecto similar de credibilidad el que se vean ordenadores en cuyas pantallas aparezcan curvas móviles de distintos colores. Las gentes de la calle se hacen así (piensan ellas) una idea bastante exacta de a qué dedica “su tiempo libre” un profesor que investiga (como el amante de la esposa de la canción de Perales). A falta de elementos tecnológicos, hay gente seria dispuesta a admitir que una mujer que trabaja entre manuscritos con una luz de flexo cenital (si es rubia y joven se incrementa exponencialmente la verosimilitud) también podría estar investigando. Produce un efecto de credibilidad semejante un varón, bien entrado en años, con barba blanca (un chaleco de traje intensifica indudablemente este efecto), en este caso erguido y en actitud de pensar o iniciar la escritura o bien mirando a la cámara.
Lo que resulta casi imposible es convencer a alguien de que la reflexión sobre la sociedad, basada en datos, en “experimentos”, en observaciones, tenga que ver algo con la investigación. Como mucho se admite que puedan ser periodistas, que digan “cosas curiosas”; incluso que sean ocurrentes y se les atribuyan frases ingeniosas. Pero es muy difícil que se acepte en la amplia comunidad ciudadana que hay investigadores de ciencias sociales. No mencionaré aquí la actividad de los filósofos; porque para el mortal de andar por casa la actividad discursiva se agota en hacerse un dibujo mental de la alineación que debería sacar Zidane; o quién es el candidato que en justicia debería abandonar la Isla de las Tentaciones. Aunque caben mayores profundidades para justificar qué cerveza se va a tomar, o cuántas.
De la investigación, no se entiende la actividad y no se entienden los resultados de los que hablan los profesores investigadores: “papers”, artículos de varios miles de palabras (entre 5 y 20 páginas y además en inglés y a dos columnas), comunicaciones o ponencias en congresos… que acaban leyendo unos 60 pirados por lo mismo que tú, en la otra punta del mundo. Y todo en revistas que solo están en internet y ni siquiera venden en quioscos de estación de ferrocarril o aeropuertos.
«En las universidades públicas la gestión absorbe horas y horas de discusiones tan inútiles como inevitables»
Y luego viene la gestión, el bloque que nos faltaba. Para el personal ajeno (y mucho del propio), son los que mandan: decanos, vicedecanos, secretarios, gerentes, coordinadores (de área, de grados, de máster, de doctorado… de lo que te echen) y por encima los rectores, los vicerrectores (que son siempre muchos) y los miembros docentes en la junta de departamento, de facultad, de claustro universitario (cada una con sus respectivas comisiones especializadas); y entre medias los representantes sindicales del profesorado (de los distintos tipos de profesores: temporales, permanentes, funcionarios, asociados de verdad, asociados falsos, visitantes…) que alimentan los diversísimos consejos que “recomiendan” los planes de promoción profesional: no sea que alguien vaya a destacar por méritos propios. En las universidades públicas la gestión (y no incluyo en ella la que realizan profesionales que no son profesores y resultan claves: desde bibliotecarios a gerentes, desde personal de mantenimiento a expertos en informática y lo que se quiera) absorbe horas y horas de discusiones tan inútiles como inevitables.
¿Puede un profesor atender al máximo nivel estas tres actividades? Al mismo tiempo y durante un tiempo prolongado, no. ¿Es necesario que un profesor tenga unos niveles mínimos de competencia en cada uno de estos tres campos para ser un buen profesor universitario? Sí. ¿Cómo se hace eso? Mi opinión en próximas entregas. Mientras tanto, los que quieran ser profesores universitarios que se apunten, pero vida tranquila, poca.
