La relación entre un entrenador y sus jugadores es capital para el éxito de un proyecto. Los preparadores son tan psicólogos como instructores y marcar los límites con sus trabajadores es vital. A partir de ahí, hay formas antagónicas de proceder. En los tiempos muertos, por ejemplo, solicitados cuando algo va mal ¿Qué busca el entrenador abroncando a sus jugadores? ¿Es mejor alzar la voz o mandar mensajes contundentes sin señalar culpables? La exigencia del que manda es la de una reacción inmediata y los deportistas llegan exhaustos al banquillo, conscientes de que algo no está bien, y reciben un torrente de reproches e indicaciones – a veces personales e hirientes – que sus cerebros no pueden procesar. Hay que ser muy fuerte mentalmente para sobrellevarlo.
El preparador necesita el máximo rendimiento de cada deportista y sabe perfectamente si una regañina lo activa o hunde. ¿Entonces? ¿A unos les puede chillar y a otros no? Imaginen que un entrenador habla en privado con uno de sus activos más fuertes mentalmente y le previene de una campaña personal contra él. Quiere con ello conseguir que el grupo proteja al epicentro de las criticas del mando y cohesionar al colectivo haciéndolo más fuerte. Los Bulls de Jordan ¿Recuerdan? Horace Grant y Bill Cartwright. Esas cosas pasan. Un vestuario es un ecosistema vulnerable en el que conjugar disciplina y equidad no es sencillo.
Gestionar correctamente a un colectivo en el que la plenitud física y la madurez personal no suelen ir en la misma dirección es uno de los pilares fundamentales del éxito de un preparador y su equipo de trabajo.
