Estoy seguro de que, si preguntamos en España que levante la mano aquella persona que no conozca a Perico Delgado, no encontraremos ni una que lo haga. Por ello, no procede relatar los innumerables éxitos de este segoviano de pro; simplemente recordaré que posee dos vueltas a España y un Tour de Francia ¡Quién da más!
Lo que me interesa en esta columna es plasmar ese lado humano de un personaje que, desde sus primeros años, se enamoró de una bicicleta y la juró amor eterno. Son de esos amores honestos que no se piden nada a cambio, se cuidan y procuran que tal amor perdure en el tiempo.
Con la complicidad de su hermana Marisa, les contaré que Pedro, en su niñez, era un chavalín bueno, tranquilo, obediente, algo tímido, y estaba muy delgadito. Era tan flaquito que los días que hacía mucho viento le decía su madre: “Pedrito: mete piedras en los bolsillos del abrigo para que no te vueles”. Jugaba en las calles de su barrio, como se hacía entonces. Y como también ocurría, se mezclaban varias edades. Ahí Pedro tenía que soportar que algunos mayores se metieran con él; y es cuándo pedía ayuda a su hermana mayor para hacer de Supermán y salvarle a tiempo.
Este chaval era el más delicado de los hermanos. Le diagnosticaron hepatitis y tuvo que hacer reposo absoluto en la cama durante tres meses, que era lo que se prescribía entonces. Se quedaba muy triste viendo desde la ventana jugar a sus amigos en la calle; y, a veces, no podía evitar el llanto. Fue un buen estudiante. Sus padres habían impuesto que en esa casa tenían que estudiar los cuatro hermanos.
(Este personaje genuino continuará).
