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El año en que por fin entramos en el siglo XXI

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17 de enero de 2021
en Tribuna
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Mientras nos lamíamos las heridas de nuestras miserias sociales durante la pandemia, miramos a China con desconfianza, pero es posible que nos equivocáramos de motivo. No calibramos bien la trascendencia de que, sin que pudiésemos levantar un dedo para ayudarles, los demócratas de Hong Kong fueran cayendo por decenas bajo el yugo de la dictadura, y de que finalmente se dejaran de emitir en las pantallas de todo el mundo los arrestos y las protestas. La redada de la que seguramente no se recuperarán se llevó a cabo precisamente el 6 de enero, cuando todos mirábamos al otro ataque surrealista a la democracia, el del Capitolio de EEUU. El sometimiento de Hong Kong podrá considerarse en algunos libros de historia como uno de los hechos cruciales que nos metió por fin de pleno en el siglo XXI. Veintitrés años después de recuperar Hong Kong en 1997, una nación sin una historia activa de conquista internacional dio por terminado el slogan ‘un país, dos sistemas’, alcanzando por fin el hito que necesitaba, la simbólica victoria contra el reducto de occidente que le hería en su orgullo. Logró acabar con el régimen democrático que Gran Bretaña había instalado en aquel puerto icónico y que se había convertido en una piedra en su zapato.

Pensamos atónitos que el signo del nuevo siglo sería esa colisión anacrónica de mentalidades coexistiendo con las vibraciones futuristas

Comenzamos el siglo XXI aguantando la respiración, con la funesta sensación de que el terrorismo islámico que tumbó las torres gemelas de Nueva York significaría el retroceso a una cruzada de civilizaciones en torno a las dos grandes religiones. Pensamos atónitos que el signo del nuevo siglo sería esa colisión anacrónica de mentalidades coexistiendo con las vibraciones futuristas que nos proporcionaba el vertiginoso avance de la tecnología. Aquel inesperado giro nos hizo olvidar el mantra con el que habíamos crecido los niños de la segunda mitad del siglo XX, aquel en el que se nos decía que el gigante asiático era un dragón dormido, y que, cuando despertase (en aquel lejano siglo XXI), temblaría el mundo con un nuevo orden mundial.

Convencidos tras el final de la guerra fría de que la democracia ganaría siempre, nos distrajimos en las dos primeras décadas del siglo inventando nuestra ahora entrañable vieja normalidad: creando un sistema financiero de quimeras; confundiendo la internacionalización con el turismo de masas; descubriendo los teléfonos inteligentes, la telebasura, las redes sociales y el Youtube; ensuciando con saña los océanos; consolidando nuestras costumbres domingueras de ir a la playa en verano, a esquiar en invierno y a una casa rural entre medias; inventando síndromes, fenómenos, adicciones y palabras nuevas como turismofobia, millenial o influencer; perfeccionando la cultura del pelotazo; queriendo consumir más y más barato y aprendiendo a comprar online; sorprendiéndonos al ver a miles de inmigrantes aparecer en nuestras fronteras, tras caminar silenciosamente desde sus remotos países; consintiendo que la política ya no se hiciera completamente en la solemnidad de los parlamentos, sino en los platós, en las redes cibernéticas y en los recovecos de la emoción, el postureo, la falsedad y el melodrama; demandando que gobernantes y hasta jueces fuesen parte del show business, y todas esas cosas que configuraban nuestra zona de confort, con sus luces y sus sombras. Ninguna de ellas iba a marcar, sin embargo, el verdadero principio del siglo XXI, aunque a nosotros nos parecían tan modernas, tan distintas a las rutinas del siglo anterior, que creíamos dejar atrás definitivamente con cada una de ellas.

El dragón ya está completamente despierto y coleando

Aquel mantra de nuestra niñez se materializó por fin tras el año 2020 y nos pilló mirando a otro lado: el dragón ya está completamente despierto y coleando, y ha demostrado que, si lo intenta con tesón y paciencia, occidente ya no sale a defender la democracia cuando el conflicto le pilla un poco a trasmano. China se ha probado a sí misma y a sus ciudadanos que sí se puede, y de ahí al siguiente paso, ya todo es pan comido. Lo que no habíamos previsto es que no sería tan fácil atribuir el temido nuevo orden mundial solo al despertar del dragón asiático. No habíamos imaginado que tendríamos que asumir parte de la responsabilidad en el sálvese quien pueda de las democracias en que se iba a convertir esa nueva era de valores líquidos y etéreos. Desde Venezuela a EEUU, desde Hungría a Brasil, desde Gran Bretaña a México o Polonia, la precarización de la democracia es el signo inequívoco de que hemos dejado definitivamente atrás las aspiraciones del siglo anterior. En los primeros días de 2021, ese nuevo orden mundial quedó oficialmente inaugurado. Lo llaman la nueva normalidad.


(*) Doctora en Lingüística y Ciencias del Cerebro y Cognitivas. Es catedrática y directora del Departamento de español de la Universidad de Estudios Extranjeros de Kobe.

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