Se acaba de levantar el faldón que cubre el calendario que da paso a doce meses tan inciertos y tan preocupantes como los que cerramos el otro día con unas campanadas insulsas y descorazonadoras desde una Puerta del Sol que nunca habíamos visto ni tan desangelada ni con tan profunda tristeza ante una soledad que ponía los pelos de punta. El marco —que no podía ser más frío— lo ponía lógicamente la adversidad del momento que generaba la pandemia dichosa fruto del advenimiento de algo que no esperábamos y que, por lo visto, no hemos sabido atajar a lo largo y ancho del planeta.
Pero es que bajo el faldón que digo se abren otros doce meses cargados de inquietud por una niebla espesa que no nos permite intuir un tiempo luminoso. Ni siquiera un sol de febrero calentando la duración de los días. La devastadora situación que heredamos del 20 en aspectos sanitarios (en número de muertos y contagiados impensables); sociales (con una tasa de paro cercana a los cuatro millones más los que deriven los inconclusos ERTEs); humanitarios (con una hambruna imposible de censar por su crecimiento incesante que se deduce de sus largas colas de demandantes de comida ante los centros de asistencia social); económicos (con el cierre de miles de empresas, industrias, comercios de diferentes servicios, hoteles, turismo ramplón y atemorizado); etc. que han generado la pérdida de miles de empleos. Y no digamos ese otro aspecto silencioso pero mortífero que supone el incremento feroz de los procesos psicológicos con actuaciones masivas de los profesionales de la psicología y la psiquiatría nunca vistos.
Esa devastadora situación, digo, no es por mucho que se intente como para sonreir siquiera al levantar el faldón del nuevo calendario. Porque, si todo aquello fuera poco, tampoco la perspectiva en el remedio siquiera parcial que se intuía con la aplicación de la vacuna que infatigables laboratorios se ha apresurado a poner en el mercado del sufrimiento para aliviar en cierto modo las esperanzas casi perdidas de recobrar la salud quebrantada o proteger con cuidado la que tenemos en vilo. No sé si hay culpables del desastre que se ha producido (ni quiero saberlo) en cuanto a la distribución u hoja de ruta de su aplicación por el Gobierno y en las diferentes comunidades. Lo cierto es que es de tal envergadura el ovillo de sus incompetencias y despropósitos que vienen dando un duro varapalo a las esperanzas que se tenían puestas en semejante remedio protector. Por tanto volvemos a estar en caída libre hacia el precipicio de ese futuro incierto.
Hombre la verdad es que no parece de recibo democrático (ni incluso humano) que a estas alturas de la pandemia (cuando se anuncia la llegada inminente de una tercera ola) y cuando más devastada sanitaria, social, económica y anímicamente está la sociedad española (profundamente resentida y conducida a casos palpables de vulnerabilidad a la que la arrastró un tiempo pasado —aún bien reciente—) la hoja de ruta de lo que debería ser el frente común de lucha contra la angustiosa situación, es decir el Gobierno y las Autonomías, estén, por lo que se ve, más aplicadas a los aspectos políticos de sus partidos (cuando no a la perversa y perseverante obsesión hacia la demolición de la Constitución y el derrumbamiento del Régimen legal constituido) que al afrontamiento decido de la erradicación del mal y la reposición de la confianza perdida de la sociedad tanto en la tropa política como en la reposición preferente de su salud a que deberían atender. En este aspecto huelgan precisiones y señalamiento de incompetentes (la Fiscalía ya los imputará en su día, supongo) pues no hay más que echar un vistazo a cuanto se ve o se oye en los medios para darse cuenta de las situaciones de vértigo que genera la falta de sensibilidad y competencia que se denuncia.
Por todo eso me parece que aunque uno quisiera sacar pecho de optimista, el panorama que tenemos ante la vista no ayuda precisamente a fortalecerlo. Ni la espesa niebla que opaca el calendario del que acabamos de levantar el faldón nos deja ver más que el día de mañana. Y cuando escribo esta “Calle” lo único que aparece en rojo (no de fiesta sino de peligro y de inseguridad), es el próximo —o inminente— confinamiento doméstico, de una duración que podría ser tan dilatada como las obligadas comparecencias del Presidente Pedro Sánchez en el Parlamento en su ensoñamiento del estado de alarma dictado. Sólo cabe rezar (el que sepa) y eludir el bicho en la medida que se pueda. En cualquier caso: SONRIAMOS.
